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Escenas de la vida conyugal: de Bergman a Darín, entre la crudeza y la comedia

Los riesgos y aciertos de la nueva versión de un clásico nórdico

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Escenas de la vida conyugal: de Bergman a Darín, entre la crudeza y la comedia
La obra "Escenas de la vida conyugal" de Ingmar Bergman regresa a Madrid en 2025 bajo la dirección de Norma Aleandro y con las actuaciones de Ricardo Darín y Andrea Pietra. (FUENTE EXTERNA)

"Pantallas iluminadas sobran. Faltan emociones. Falta teatro". Lo leí en el costado de una furgoneta que serpenteaba en el tráfico madrileño y la frase se me quedó adherida a los sesos. Tan cierto como lo dicho por Federico García Lorca: "El teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana. Y al hacerse, habla y grita, llora y se desespera". 

Emociones puras y a raudales las hay en Escenas de la vida conyugal de Ingmar Bergman, de vuelta a la capital española bajo la dirección de Norma Aleandro, con Ricardo Darín y Andrea Pietra como protagonistas. Un tríptico argentino curtido en la actuación, unido en montaje que oscila entre la fidelidad y la traición, entre la crudeza existencial y la sonrisa cómplice.

Bergman: la brutalidad de lo íntimo

En 1973, Ingmar Bergman estrenó la obra en la televisión sueca, seis episodios que pronto serían condensados en cine. Con Liv Ullmann y Erland Josephson, la serie mostraba la lenta erosión del matrimonio de Marianne y Johan, desde la aparente estabilidad inicial hasta el divorcio y la persistente imposibilidad de romper del todo. La obra se convirtió en mito cultural, y hubo quienes aseguraron que los divorcios aumentaron en Suecia tras su emisión.

Lo radical de Bergman no estaba en la anécdota, sino en el modo de narrarla. Diálogos sencillos y repetitivos —"ya no nos miramos como antes", "me siento como si no existiera"— se convertían en dagas emocionales. No había grandes giros, sino silencios que se hacían insoportables. El dramaturgo sueco entendía que el verdadero drama no estalla en los gritos, sino en la palabra mínima dicha en el momento preciso.

El texto revela también una inversión de roles: Marianne, que al inicio parece la esposa dócil, se emancipa y gana fuerza; Johan, en apariencia dueño de la relación, acaba exhibiendo su dependencia emocional. Esa metamorfosis interior convierte la pieza en una radiografía implacable del poder y la vulnerabilidad en las relaciones.

La crítica española lo resumió con lucidez: "Lo apasionante no es lo que se cuenta, sino el modo en que Bergman lo enfrenta. Diálogos repletos de crudeza, ingenio, deseo, dolor y subsistencia". La esencia bergmaniana es el matrimonio como campo de batalla existencial y no como contrato civil.

El desafío de hoy

Montar esa crudeza en 2025 supone un reto. ¿Cómo acercar a un público acostumbrado a la velocidad y al entretenimiento inmediato una pieza que se alimenta de silencios? Norma Aleandro opta por una puesta minimalista, fiel al espíritu original. Hay pocos elementos en escena, iluminación sobria, todo al servicio de los actores. Pero introduce una novedad que no a todos gusta: el humor. El portal Cinemagavia celebró este giro, afirmando que "Escenas de la vida conyugal es una versión a la altura de su material original, que introduce la comedia como punto diferencial. Ricardo Darín y Andrea Pietra están excelentes, un trabajo conjunto brillante. Impolutos. La puesta en escena, minimalista y precisa, es un acierto".

La risa aparece como válvula de escape, pero también como guiño a la liviandad aneja a la civilización del espectáculo, para quien lo insondable de Bergman es un salto al vacío. El espectador se reconoce en las pequeñas miserias de la pareja y, al reír, baja la guardia. Sin embargo, ese movimiento no convence a todos. Para el medio cultural Volodia, el montaje se desliza "más hacia la comedia de entretenimiento amable, heredera del teatro de bulevar francés, que a los escalofríos que se le meten a uno en el alma con los autores nórdicos. Tiene más de escenas que de secretos".

El debate queda planteado: ¿es esta adaptación una traición o una resignificación?

Norma Aleandro y Ricardo Darín: un vínculo de décadas

Para entender la solidez de este montaje hay que recordar la relación profesional entre Norma Aleandro y Ricardo Darín. Ella lo dirigió en esta misma obra en Buenos Aires en 2013, junto a Érica Rivas, en un montaje que fue un fenómeno. Más de 300 funciones, giras internacionales, incluida Madrid en 2014, lo confirman. Cuando Rivas dejó el proyecto, Andrea Pietra tomó el relevo de Marianne, siempre bajo la batuta de Aleandro. Ese triángulo artístico ha consolidado una lectura coherente y madura.

La relación se extiende también al cine. Coincidieron en Cien veces no debo (1990) y en La cordillera (2017), donde Darín interpretaba al presidente argentino; y Aleandro, a su madre. Pero más allá de los títulos, Aleandro ha sido para Darín una maestra y referente, la actriz que lo formó en los escenarios y que acompañó su tránsito de ídolo popular a figura internacional del cine.

Así, el montaje madrileño no es una aventura circunstancial, sino la continuidad de una relación artística de décadas, lo que añade legitimidad y densidad a la propuesta.

Aciertos de la versión madrileña

La desnudez visual concentra la atención en el lenguaje, de una densidad que el humor apenas diluye. Darín y Pietra encarnan la pareja con economía gestual y complicidad. La naturalidad con que pasan del afecto al rencor recuerda que Bergman no necesita artificios, sino que le basta la verdad de dos cuerpos en escena.

La risa acerca al público. Como señala Cinemagavia, "la ligereza aporta ese punto de humor, aunque a veces le pase factura como arma de doble filo". Ese doble filo es parte del atractivo y del riesgo.

El éxito de público lo confirma. El propio Darín lo explicó en una entrevista: "La obra se viene resignificando desde que la escribió Bergman hace 50 años". El matrimonio, la dependencia, la incomunicación: todo sigue vigente, aunque se cuente con una sonrisa entre lágrimas. Tuve suerte de que conseguir dos de las pocas entradas disponibles en la penúltima semana de la puesta en escena.

Los riesgos de la ligereza

Los riesgos de la ligereza son evidentes, sobre todo perder el filo dramático que definía a Bergman. El humor, tan eficaz para acercar, puede trivializar lo esencial en la obra, afincada en esa imposibilidad de escapar del otro incluso cuando el amor se ha roto. Y hay un tercer límite, tal es la desaparición de la dimensión metafísica. Bergman no solo hablaba de divorcios; hablaba del tiempo, del vacío, de la soledad. En versiones más ligeras, ese trasfondo se eclipsa.

Para entender lo que se pierde o se gana con estas adaptaciones, conviene detenerse en el drama bergmaniano. Sus diálogos no son debates racionales, sino duelos existenciales. El amor es apenas un respiro entre largas jornadas de incomunicación que dejan sobresaltado al espectador. La violencia, verbal, desgasta el deseo, erosiona la ternura y aporta la certeza de que ni la separación ni la unión traen alivio.

El drama reside en que Marianne y Johan, aun divorciados, siguen atados por una cadena invisible. Esa persistencia revela al amor como dependencia. El matrimonio, incluso roto, nunca se disuelve del todo. La imposibilidad de escapar del otro, de uno mismo y del tiempo, conforma la crudeza que hizo de la obra un clásico.

En ese espejo incómodo, el espectador se reconoce. La obra sigue viva porque habla de la fragilidad de nuestras certezas más íntimas.

El montaje madrileño de Escenas de la vida conyugal es más que una temporada teatral. Da continuidad a una relación artística de décadas y brinda una relectura de un clásico que se niega a envejecer.

Su mérito es mantener a Bergman en los escenarios del presente, aunque lo haga con un giro hacia la comedia que divide opiniones. Su riesgo es sacrificar parte de la crudeza existencial del original. Pero quizá allí radique su valor, en demostrar que un clásico no sobrevive repitiéndose sino transformándose.

Entre fidelidad y traición, entre crudeza y ligereza, la obra sigue formulando la misma pregunta incómoda que Bergman lanzó hace medio siglo: ¿qué significa realmente compartir la vida con otro?

La vigencia de esa pregunta demuestra que seguimos siendo, como Johan y Marianne, prisioneros de un mismo laberinto emocional: condenados a reírnos y a sufrir, una y otra vez, en las escenas de nuestra propia vida.

Y entonces vuelvo a aquella frase leída en el costado de la furgoneta madrileña. Pantallas iluminadas sobran. Faltan emociones. Falta teatro. Bergman y sus herederos, con todas las licencias y mutaciones de las décadas, lo devuelven con brutal sencillez. El teatro como espejo incómodo y necesario. El arte que se resiste a la obsolescencia y que, como escribió Lorca, se levanta del libro para gritar y desesperarse.

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Aníbal de Castro carga con décadas de periodismo en la radio, televisión y prensa escrita. Toma una pausa en la diplomacia y vuelve a su profesión original en DL.