Endofobia occidental
La civilización del odio: Cómo el progresismo abandonó a las verdaderas víctimas

En octubre del 2012 un grupo yihadista afiliado a los talibanes asaltó el vehículo escolar en que viajaba Malala Yousafzai para intentar asesinarla. No lograron su objetivo, pero juraron seguir intentando quitarle la vida a esta joven activista que luchaba por el derecho a la educación de las mujeres en las zonas rurales de su Pakistán natal.
Un acontecimiento que se conoció rápidamente en el mundo, despertando solidaridad y una condena generalizada al terrorismo islámico por parte de todos los líderes occidentales, que elevaron sus voces en defensa de la libertad y la igualdad. Y Malala se convirtió en símbolo de esos valores, al punto de recibir unos años después el premio Nobel de la Paz.
Pero en la última década la civilización occidental ha desarrollado una severa endofobia, es decir un rechazo por lo propio, una inexplicable repulsión por los valores, principios e identidad cultural sobre las que se forjaron las sociedades más prosperas y en plenitud en el ejercicio de derechos humanos y civiles que ha conocido la humanidad. Creencias, tradiciones, símbolos, hechos históricos, todo es rechazado por una izquierda radical que gana espacios a través de redes sociales en una generación de engreídos empoderados y analfabetos funcionales.
Una transición tan profundamente degradante que el referente de estos tiempos no es la jovencita víctima de la opresión que ejercen contra las mujeres las teocracias musulmanas y el extremismo islámico, si no Greta Thunberg, una niñata sueca privilegiada tan iracunda e hipócrita como desenfocada, siempre dispuesta a ejercer esa falsa superioridad moral tan común en la progresía woke.
En unos pocos años hemos pasado de sociedades que rechazaban el yihadismo con el cuidado de no acercarse ni remotamente a la islamofobia, a calles y plazas de las grandes ciudades europeas y estadounidenses repletas de personas haciendo apologías de un grupo terrorista y lanzando consignas que proclaman el exterminio del pueblo judío.
Idiotas adoctrinados exigen a gritos que desde el Río Jordán hasta el Mar Mediterráneo se establezca una teocracia islámica que sustituya la única democracia liberal de todo Oriente Medio. Y desde altavoces promueven una intifada global mientras los judíos sufren ataques en sus residencias, negocios y sinagogas. Incitando el odio hacia un grupo étnico religioso que no lo padecieron ni los musulmanes en las semanas posteriores a los ataques terroristas del 11 de septiembre en Nueva York, del 11 de marzo Madrid o del 7 de julio en Londres.
Un disparate indignante, ya que una cosa es condenar la desproporcionada respuesta israelí a la agresión sufrida el 7 de octubre del 2023, censurar la tragedia humanitaria en Gaza y empatizar con el pueblo palestino y su desgracia; y otra muy diferente es alentar el antisemitismo y enaltecer a asesinos y violadores, que de poder, a los primeros que aplicarían los castigos contenidos en la Sharía sería a la bandada de vociferantes que ondean banderas de Hamás y Palestina junto a las del arcoíris, mientras pisotean las de Israel y hasta las de sus propios países.
La verdad que cuesta entender los motivos de Occidente para procurar con tanta vehemencia su autodestrucción.