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Perú: golpes y autogolpes

El uso de la fuerza, los crímenes y el robo de los recursos públicos son signos distintivos de esos gobiernos surgidos mediante ese mecanismo viciado

Cuando llegas a la República del Perú respiras Amazonía, sientes indicios de los incas en las principales lenguas, quechua y aimara. Conviven junto al mosaico de cultura postcolombina, marcada por su atractiva arquitectura colonial y la rica lengua castellana. Perú es Machu Pichu, la escarpada elevación en la cadena de Los Andes donde el imperio incaico sentó base.

La flauta de caña propia del altiplano andino, es tan peruana como Mario Varas Llosa, Chabuca Granda o Javier Pérez de Cuéllar. 

Los poco más de 34 millones de peruanos ven cómo todo el potencial de riqueza natural y las posibilidades de convertir su país en una gran potencia regional, se limita por la ambición política, que se ocupa de que la inestabilidad sea el pan de cada día, con ribetes de legalidad.

Como otras naciones de América Latina, la historia republicana de Perú está marcada por una retahíla de golpes de Estado y autogolpes desde el siglo dieciocho, el XlX y el XX, en los que jugaron un rol principal los militares. Con los autogolpes, el propio gobernante quiebra la institucionalidad.

El uso de la fuerza, los crímenes y el robo de los recursos públicos son signos distintivos de esos gobiernos surgidos mediante ese mecanismo viciado. Si partimos del año 1930 hasta la fecha, el quiebre institucional pasa por un largo proceso de inestabilidad y regímenes militares que tronchan el potencial económico de ese hermoso país. 

Desde 1909 hasta 1992, la nación sudamericana experimentó 11 golpes de Estado o autogolpes. En el siglo pasado, la primera piedra de la inestabilidad se puso el 4 de febrero de 1914 cuando el coronel Óscar Raimundo Benavides dio un golpe que derrocó al presidente Guillermo Billinghurst. Cinco años después, 1919, Augusto Benardino Leguía tomó el poder por la fuerza para acelerar y asegurar su llegada al gobierno presidido por José Pardo y Barreda, quien duró 11 años de un régimen personalista. En el año 1930, época de la Gran Depresión, Luis M. Sánchez Cerro, dirigió un pronunciamiento militar en Arequipa contra Leguía, quien se vio obligado a renunciar.

Desde 1948 hasta la década de los noventa, se produjeron siete golpes o autogolpes más, sobresaliendo el perpetrado contra el liderazgo de Víctor Raúl Haya de la Torre, el candidato más votado en las frustradas elecciones del año 1962. Los militares evitaron que accediera al poder el líder aprista.

En la década de los noventa, América Latina se repone de la crisis económica de los años ochenta y retornan los gobiernos democráticos. Perú, no obstante, dio un giro a nuevas formas de inestabilidad, conocida como la Era del Autogolpe y los golpes parlamentarios.

El 5 de abril de 1992, el entonces presidente constitucional Alberto Fujimori dio un autogolpe disolviendo el congreso, intervino el Poder Judicial y desconoció la constitución de 1979, bajo el pretexto de enfrentar el terror de Sendero Luminoso.

El régimen fujimorista concluyó en el año 2000 luego de elecciones caracterizadas por el fraude y escándalos de corrupción, liderados por Vladimiro Montesinos, obligando al mandatario a huir hacia Japón de donde envió su renuncia. 

La Constitución peruana en su artículo 113 faculta al legislativo para en caso de salud grave, muerte o incapacidad moral remover al presidente de la República, mecanismo que en los hechos se ha convertido en una arma política contra el Ejecutivo. Un frágil sistema de partidos llevó al país a declarar la vacancia contra Pedro Pablo Kuczynsky (2018), Martín Vizcarra (2020), Pedro Pablo Castillo (2022), sustituido por Dina Boluarte, que acaba de ser destronada por el mismo mecanismo con visos (¿vicios?) de legalidad. República Dominicana debe cuidarse de eso, a propósito de lenguaraces que se atreven a sugerir estupideces. 


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