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De Juan Antonio Alix a Huchi Lora (1 de 2)

(Palabras de presentación del libro Las décimas de Huchi Lora 11 (2/8/2018). Ateneo Amantes de la Luz, Santiago de los Caballeros)

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De Juan Antonio Alix a Huchi Lora (1 de 2)
Juan Antonio Alix y Huchi Lora. (FUENTE EXTERNA)

Cuando Carlos Manuel Estrella, presidente del Ateneo Amantes de la Luz, me comunicó su deseo de que yo presentara el libro que en esta noche nos convoca, Las décimas de Huchi Lora 11, sin pensarlo mucho, le contesté que sí. Y así, afirmativamente, le respondí, por tres razones:

Primero, porque a una centenaria institución cultural del prestigio histórico de este Ateneo, no se le dice que no. Segundo, porque a un amigo que se aprecia, admira y respeta, como Carlos, tampoco se le dice que no. Y tercero, porque un comunicador de la trayectoria e integridad profesional de Huchi Lora, verdadero símbolo del periodismo nacional, igualmente no podemos decirle no y, por ser así, merece que le brindemos el apoyo y colaboración a cuantos proyectos se le ocurra; más si ese proyecto es, como el que en esta ocasión me honro en presentar, de naturaleza bibliográfica.

¿Por qué hablo de símbolo del periodismo?

 Sencillamente, por su larga trayectoria y alta competencia mostrada en el ejercicio de su trabajo, y porque en medio de las tentaciones y debilidades que bordean el oficio que por más de cincuenta años ha desempeñado, Huchi ha sabido mantenerse firme, con la frente en alto, sin sucumbir bajo el peso letal de los antivalores que de manera progresiva erosionan y amenazan con desmoronar  los cimientos que les sirven de zapata a los más sanos y nobles valores de la sociedad dominicana en general y de la comunicación social en particular.

1.     La décima: Origen

Antes de referirme al tema que nos convoca esta noche, «Las décimas de Huchi Lora 11», quizás convenga realizar un brevísimo recorrido por el fabuloso mundo de esa forma de expresión poética que unos llaman décima y otros espinela.

La décima, en el género de la poesía popular, es la estrofa de mayor complejidad estructural, comparable solo con el soneto, la estrofa por excelencia de la poesía culta.  Esa complejidad se debe no solo a que sus versos tienen que ser todos octosílabos y la rima consonante, sino por la naturaleza misma como dichos versos se combinan: primero con el cuarto y el quinto, segundo con el tercero, sexto y séptimo con el décimo y octavo con el noveno (abbaaccddc)

No se puede dudar que cuando la vanguardia literaria irrumpió en Europa y luego en América, en los años iniciales del siglo XX, abogando por la libertad expresiva, promoviendo el verso libre y oponiéndole a todo tipo de reglamentación en la expresión poética, fueran la décima y el soneto sus dos blancos de ataques favoritos.

Los orígenes de la décima se remontan a los lejanos y finales años del siglo XVI. Nace en España, y su paternidad se le atribuye al músico y trovador, además de sacerdote y novelista del Siglo de Oro, Vicente Martínez Espinel (1550-1664). De ahí que a la décima, en honor a su creador, también se le conozca con el nombre de "espinela".

En la historia de la literatura universal, Espinel aparece registrado como el poeta que por primera vez incluye en un libro, «Diversas rimas» (1591), composiciones escritas en décima. Es a partir de este año cuando esta estrofa se populariza con la rima que hoy se conoce. Espinel no solo fue el inventor de esta forma estrófica, sino también su gran difusor. Y fue él quien fijó la rima y demás elementos que conforman su estructura.

Tan pronto surgió, la décima se convirtió en una de las estrofas de mayor aceptación en el ámbito español y, cuando da el salto al continente americano (final del siglo XVI), fue la preferida por los poetas, cantores o trovadores del llamado Nuevo Mundo, a pesar de que junto a ella llegaron los romances, diversos cantares del folklor español, y otras manifestaciones de la cultura hispánica.  Su acogida y cultivo alcanzó en esta zona mayores niveles en países como Cuba, Chile, Argentina, México, Colombia, Venezuela, Perú, Panamá, Ecuador, Puerto Rico, Nicaragua, Uruguay y República Dominicana; pero fue en este último territorio o parte española de la isla de Santo Domingo, donde el verso popular en general y la décima en particular, desde los mismos primeros años de la colonia, parecen haber prendido o calado más en el gusto y aceptación de la gente.

Se cree que tal afición pudo haberse debido a la influencia que ejercieron importantes poetas y escritores peninsulares (Tirso de Molina, Juan de Castellanos, Lázaro Bejarano, Eugenio Salazar de Alarcón...) que, provisional o definitivamente, residieron en la isla hasta muy avanzado el siglo XVII.

A Bejarano, por ejemplo, se le atribuye la autoría de unos versos satíricos en donde censura a los principales personajes que intervinieron en el gobierno y en la vida social de Santo Domingo durante los años en que aquí moraron. Esos versos, según Emilio Rodríguez Demorizi (Poesía popular dominicana, 1998:14) «pueden considerarse, pues, como las primeras manifestaciones conocidas de la poesía popular en Santo Domingo». En algunos de ellos, como los que figuran en el poema «El purgatorio del amor», su autor, con maligna y crítica intención, alude directamente al presidente de la Real Audiencia, don Alonso Maldonado:

«También vide a Maldonado,
licenciado y presidente,
a la sombra de una fuente,
descuidado del cuidado,
que el rey le dio a su gente»

Por esa razón, en su Panorama histórico de la literatura dominicana (segundo tomo), afirma Max Henríquez Ureña lo siguiente:

«La musa popular, que desde los primeros tiempos de la colonia se encargó de hacer comentarios rimado de sucesos locales o la sátira contra encumbrados personajes, encontró, al ser proclamada la independencia, nuevos y frecuentes motivos de inspiración en la guerra ininterrumpida contra los haitianos y en las alternativas de la vida política dominicana» (1966: 296)

 Y con no menos razón, el poeta y crítico dominicocubano, Luis Beiro, en su muy documentado ensayo Panorama de la décima (1990:31) escribe que: «El pueblo dominicano a lo largo de su historia se apropió de la décima y la utilizó como la parte más comunicativa para expresar su sentimiento nacionalista, su nostalgia, su fe religiosa y motivos jocosos...»

Y yo, a las palabras de Beiro, les agregaría:  la décima, históricamente, ha sido utilizada por los dominicanos para expresar sus amores y desamores, sus penas y alegrías, sus disgustos, esperanzas, sus resabios y frustraciones. Para expresar todo esto, en fin, en el acento siempre rítmico, musical o cadencioso y pletórico de gracias y humor de sus versos. Esta estrofa permite penetrar en el alma nacional, conocer los elementos de la sabiduría popular y reaccionar contra los desajustes sociales y las debilidades de las clases gobernantes.

2.     Expansión de la décima

Bejarano, como ya se estableció, sentó las bases del verso popular en Santo Domingo. A partir de él, en diferentes puntos del país, villas, campos y ciudades; pero especialmente en la zona rural, surgieron numerosos cantores populares, muchos de los cuales eran completamente iletrados; pero dotados de un talento natural y un dominio asombroso del arte de la versificación, así como del repentismo o la improvisación. De algunos de ellos, como fue el caso de Mesomónica, se llegó a decir que "casi hablaba en versos".  Poetas que vestían el verso con sus múltiples sonoridades y humor característicos para expresar sus sentires, quejas, amores e impulsos internos a través de las dos manifestaciones por excelencia del folklor poético dominicano: la décima y la copla anónima.

Una gran cantidad de esos trovadores se comportaron como verdaderos cronistas de sus tiempos, por cuanto en sus versos era muy común que apareciera relatado el último acontecimiento ocurrido en la comunidad. Como la espinela que sigue, de inconfundible tono humorístico y sabor epigramático, en la que su autor, don Alfredo Ramos, brillante bardo popular ya fallecido, nativo de la sección Monte Adentro, Santiago de los Caballeros, destaca la gran sagacidad mostrada por los ladrones al realizar sus pillas acciones:

"A un señor por desventura,
lo mataron sin piedad,
para con facilidad,
robarle la dentadura,
pues como el ladrón procura,
trabajar curiosamente,
en un acto sorprendente,
según lo menciona el caso,
le dieron cuatro balazos,
y le llevaron los dientes."

Los nombres de la mayoría de esos vates populares, unos apenas trascendieron y otros fueron sepultados para siempre en el nicho del anonimato. Solo algunos, gracias al peso de su ingenio y trascendente calidad de sus versos, lograron perpetuarse en las páginas de la literatura dominicana. Entre estos ocupan un lugar de primerísima importancia Mesomónica, Manuel Mónica o el Maestro Mónica y el llamado Cantor del Yaque, Juan Antonio Alix (1833-1918), considerados ambos por Rodríguez Demorizi como «Los más altos y caracterizados representativos de nuestra poesía popular de antaño...»

A esa pareja de brillantes bardos, vale agregar el nombre del santiaguero Luis Camejo, «el cantor popular por antonomasia», como bien lo bautizó Agustín Aybar, y quien a pesar de que ha sido considerado como el más grande epigramista dominicano de todos los tiempos, continúa siendo el gran desconocido y posiblemente más olvidado de todos nuestros grandes cantores.

A Mesomónica (siglo XVIII), Rodríguez Demorizi lo describe como un «genial improvisador», «mejor repentista» y «figura singular del folklore dominicano». No sabía leer ni escribir y asimiló la cultura del ambiente o se instruía asistiendo como oyente a las cátedras que se impartían en la antigua Universidad Santo Tomas de Aquino, actual UASD. Gran parte de sus versos, de los pocos que se pudieron reunir, aludían a diferentes aspectos de la vida capitaleña, pero muy especialmente a la situación o estado existencial en que se encontraban en un determinado momento, como bien se aprecia en una de sus más celebradas espinelas:

«Aristóteles decía, 
filósofo muy profundo, 
que en la redondez del mundo,  
no se da cosa vacía,
miente su filosofía, 
según lo que a mí me pasa,
él no sentara tal basa, 
y lo contrario dijera, 
si hoy el medio día viera, 
las cazuelas de mi casa»

En cuanto a Juan Antonio Alix (1833-1918), «el más fecundo de nuestros juglares» y, al decir de Joaquín Balaguer, «el más regocijado de nuestros ingenios y el poeta que con mayor fidelidad ha traducido en versos las peculiaridades y matices característicos de la sicología dominicana», si bien su poesía alude a los más diversos tópicos de la sociedad dominicana, son sus décimas de crítica social, y de indiscutible tono epigramático, lo que más se destaca en su abundante producción. De él puede afirmarse que la vida dominicana de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX corre por sus versos.

La crítica de Alix es aguda, incisiva, punzante; pero expresada con gracias o salero, manteniendo en todo momento el tono humorístico y sin abandonar la forma de expresión típica del habla cibaeña. Y así, mientras en una décima censura a los legisladores que no cuenta con la instrucción requerida para desempeña el puesto que la sociedad puso en sus manos:

«-Dime, querido Vidal,
tú que eres medio letrado,
para ser buen diputado,
a un Congreso Nacional
¿debe ser hombre leal,
de inteligencia y decoro?
No sea penguinche, Teodoro,
que para un congreso ir,
no hay más que saber decir,
corroboro, corroboro»

En otra   satiriza fuertemente la conducta oportunista e inescrupulosa de quienes pretenden lograr todo sin incurrir en sacrificio o aprovechándose del esfuerzo de los demás:

«Dice don Martín Garata,
persona de alto rango,
que le gusta mucho el mango,
porque es una fruta grata,
pero treparse en la mata,
y verse en los cogollitos,
y en aprietos infinitos...,
como eso es tan peligroso,
él encuentra más sabroso,
coger los mangos bajitos»

Como se puede apreciar, cada verso de Papa Toño, como afectivamente también lo llamaban, era como una especie de latigazo dejado caer en el costado de un sistema social y político que no siempre funcionaba del todo bien.

Al igual que Juan Antonio Alix, Luis Camejo, utilizó el verso popular para referir y satirizar los más disímiles eventos de la vida santiaguera de su tiempo. Sus versos, no siempre expresados en décimas, eran verdaderos puyazos o saetas verbales dirigidas con gracias y maestría inigualables al cuerpo de sus víctimas.  Por eso no ha de extrañar que su único libro de versos publicado se titule Puyas de la jabilla (1936). En una de esas "puyas", el genial epigramista cuenta la forma de como una mujer intentó pagarle parte de los honorarios al abogado que le brindó sus servicios profesionales:

«Dos gallinas, de honorarios,
le prometió a su abogado,
la hermosa y linda Rosario,
por su divorcio intentado,
y al llevarle al licenciado,
una sola, en vez de dos,
él, seguido reclamó,
diciendo: me falta una
y ella contestó: ninguna,
porque la otra soy yo»

(Continuará...)

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El autor es profesor universitario de Lengua y Literatura dcaba5@hotmail.com