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Debilidad por las menorcitas

Polonia y sus iguales actúan en un mundo en el que la depredación sexual es medalla, no afrenta

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Debilidad por las menorcitas
El beisbolista Luis Polonia (FUENTE EXTERNA)

Para quien dude de hasta dónde la sociedad dominicana ha naturalizado el abuso sexual contra las niñas y adolescentes, esta semana ha sido pródiga en evidencias. Como si lo hubieran concertado, un «ícono» beisbolero, que se regodea en las anécdotas de sus conquistas cuando jugaba en las Ligas Mayores y de la juventud de su actual pareja,  y un anónimo que ofrece dinero por una víctima de entre ocho y diez años, han puesto el dedo en la llaga de nuestra moral social.

El primero habló en un programa televisivo hecho a la medida de la impudicia. Alentado por sus «entrevistadores», rememoró cómo él y otros jugadores criollos hacían zafra con las latinas (Alex Rodríguez no, a ese le gustaron siempre las gringas, dijo), aunque omitió recordar –porque huimos de la memoria como Drácula de la luz– la violación de una niña de quince años que en 1989 lo llevó a los tribunales. Las risas en el plató todavía resuenan.

Con menos suerte mediática por ser un don nadie,  Alexander Peña Henríquez alega no recordar su conversación con una, al parecer, intermediaria de servicios sexuales, a quien solicitó una púber «señorita». Un periodista que le ayudó a montar el relato de la burundanga, eximente de su perversa fantasía, en una demostración incuestionable de la complicidad masculina contra las mujeres y las niñas.

Pero si bien la pretensión de Peña Henríquez de desflorar a una niña ha provocado la crítica de una parte de la jauría digital, la confesión de Polonia sobre el comienzo de su relación con una adolescente y su prosaica explicación de por qué le gustan la mujeres jóvenes, ha desbordado las expresiones de simpatía de los hombres.

Es un macho de pelo en pecho, un tótem de la masculinidad dominicana. Sus gustos sexuales, tipificados como delito por el Código Penal y las leyes 136-03 Código del Menor y  24-97 sobre Violencia contra la Mujer e Intrafamiliar, son celebrados y legitimados con llamados a respetar la vida privada de las personas, a no meter las narices donde no llaman. Al mantra del derecho a hacer con la vida propia un saco y meterse. Como si la conducta privada fuera ajena a las normas sociales que hacen posible la convivencia.

Polonia y sus iguales actúan en un mundo en el que la depredación sexual es medalla, no afrenta. Confesiones como suyas son tratadas en los medios como parte del folclor y como ventaja del hombre dominicano en el terreno donde se define la hombría: la hipersexualidad convertida en seña de identidad. Marca país, diría un mercadólogo.

La cultura de la violación, porque de eso se trata,  gana así la partida al daño que provoca a sus víctimas. Porque las daña de manera irreparable. Quizá la mujer o la niña violada pueda habituarse a vivir con él, pero no lo olvida. Está inscrito en su cuerpo. Esa intimidad que sí debe respetarse ha sido seriamente vulnerada, con la agravante de la repetida revictimización. Como apunta Sohaila Abdulai, «a veces la gente comprende intelectualmente que los hombres puedan forzar sexualmente a las mujeres, pero le cuesta entender el dolor y la humillación que ello conlleva».

Los aplausos a Luis Polonia lo demuestran. 

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Aspirante a opinadora, con más miedo que vergüenza.