El catamarán y la isla de Miguel de Cuneo
Actividades de alto riesgo que sería deseable evitar

La noticia corrió como un reguero de pólvora por todos los medios. Se hizo un análisis sobre lo ocurrido aquella tarde, cuando los tripulantes de un catamarán cayeron al agua. Según se ha informado, todos fueron rescatados. Uno se alegra de que todo marchara bien. En este artículo hago énfasis en una serie de actividades peligrosas que la gente asume como si fueran lo más normal del mundo. Intentaré ser claro en los temas históricos que abordaré. Dicen las autoridades que la embarcación de nombre Boca de Yuma y de 40 pies de eslora tuvo sus problemas. Fueron salvados 55 excursionistas dado el trabajo de la Armada Dominicana.
He comentado en diversas ocasiones que esa costumbre de buscar el peligro es muy de nuestro tiempo. Aunque no poseemos datos sobre lo ocurrido en los días de Colón, cabe preguntarse: ¿sería aceptable la idea de "turismo" entre los pueblos aborígenes? Se sabe que se desplazaban en canoas para pescar o trasladarse de una isla a otra. Tal era el caso de los indios caribes, conocidos por practicar la antropofagia. No podemos negar que los españoles que se embarcaron hacia las Indias veían aquella empresa como una aventura. En los primeros días de la colonización abundaban los verdaderos aventureros. Algunos de ellos cumplirían un papel esencial en los avances posteriores en Tierra Firme. Hernán Cortés, por ejemplo, partió de Cuba y llegó a México en febrero de 1519, primero a la isla de Cozumel y luego a la costa de Veracruz.
Para que planteemos el asunto desde el punto de vista del conocimiento del pasado, es de entender lo que afirman algunos historiadores criollos: que los españoles que vinieron eran "de la más baja ralea". Este juicio es un poco radical, y animamos a los historiadores a demostrar si lo eran o no lo eran. He escuchado a historiadores que no tienen un punto de vista favorable sobre los primeros conquistadores que vinieron con Colón. El debate está abierto y puede esperar la opinión de muchos.
Para no alejarnos de la crítica, lo que sí es interesante es que muchos grupos de los que vinieron en las embarcaciones en los tiempos de Ovando eran gente que daría cuerpo y alma a una colonia que necesitaba de mujeres y de toda clase de hombres: trabajadores de todo tipo. Por ejemplo, un sastre o un talabartero (los especialistas en monturas, arreos y correaje para caballos). En la colonia tuvimos cientos de ocupaciones que desempeñaban los españoles que vinieron con Colón y luego con Ovando.
Según narraciones confiables, el primer "turista" que cruzó el Atlántico fue Miguel de Cuneo, recordado por relatar las aventuras amorosas de Colón. De acuerdo a los historiadores, el nombre de la isla Saona fue colocado por Colón en honor al lugar de nacimiento de De Cuneo, Savona, Italia. Colón pisó la tierra de la Saona el 14 de septiembre de 1494. El nombre de Bella Savonesa que le pusieron, cambió después a Saona debido a las dificultades de pronunciación de los aborígenes. La historiadora María Rosa Alonso narra las peripecias de Cuneo en su estudio Colón en Canarias y el rigor histórico. La Marquesa de Moya fue vista de manera problemática a causa de Beatriz de Bobadilla, y Cuneo publicó en Italia su opinión al respecto. "Cierto que las soeces anécdotas, típicas del Renacimiento, se refieren a ´La Cazadora´, sobrenombre que se daba a la Bobadilla de La Gomera, y no a la Marquesa de Moya" (J.L.J.).
En notables crónicas se ha contado que, en uno de los viajes de regreso de Colón a España, este se encontró con los indios ciguayos. Se dice que fue atacado con flechas, y de ahí el nombre de Golfo de las Flechas, ubicado a unos quince minutos de Santa Bárbara de Samaná.
Aunque se les advierta al firmar un contrato —si es que existe alguno—, el peligro de andar en el mar es algo que muchos no perciben. La gente viene en cruceros y pide que la lleven a ver las ballenas jorobadas. Conozco a una persona que, ya en altamar, le gritaba a uno de los capitanes de la pequeña embarcación: "Por favor, regresen, háganlo por los niños". Quien acepta adentrarse en el mar debe conocer los riesgos.
Desde una óptica conservadora, uno se pregunta cuál es la necesidad de desafiar el peligro en tablas de surf. La respuesta podría generar controversias. Los surfistas —algo que fui en su momento— están entrenados para salir ilesos: son atletas. "Watch out over there!" me dijo un americano cuando yo con mi tabla estuve a punto de chocar con los arrecifes en la playa de Encuentro en los noventas.
En el caso de los turistas que se suben a estas embarcaciones lo hacen, muchas veces, de forma inocente. Tal es el caso de los que van a ver las ballenas en Samaná, adentrándose en el peligroso mar. Los que cayeron del catamarán hace una semana, por suerte, llevaban chalecos salvavidas y fueron rescatados con prontitud. Hoy tienen historias que contar a quienes les pregunten cómo ocurrió todo.
Para seguir con el tema del riesgo, suelo decir a las personas: ¿cuál es la necesidad de salir, en tiempos de asueto, al interior del país? Entre esos destinos se encuentra la amigable Constanza, un lugar idílico desde que el barón de Eggers, en 1887, nos brindara sus valiosas descripciones históricas. Pero debo aclarar que la carretera hacia Constanza no es la mejor, como tampoco lo es la de Jarabacoa, donde muchos capitalinos se dirigen los fines de semana para disfrutar de villas alquiladas o propias. Desafían el trayecto como si nada pudiera pasarles.
Hace un tiempo viajé a Constanza con familiares y comprendí que era una experiencia que uno vive una sola vez, porque —válgame Dios— es una carretera tan peligrosa como las de los Alpes suizos (asumiendo que estas lo sean; no tenemos fotos). Lo cierto es que no hay necesidad de adentrarse en el proceloso mar o andar en aviones. En la mayoría de los casos, conviene evitar los riesgos innecesarios.
Como prueba fehaciente de la suerte, queda claro que quienes casi naufragaron en el catamarán deben dar gracias a Dios por haber salido con vida. Tal vez esa experiencia los lleve a sentirse protegidos, como si hubieran vivido una aventura digna de repetirse. Pero ese deseo de desafiar la naturaleza —lanzándose en parapente, escalando riscos o conduciendo entre niebla cerrada— nos parece una torpeza. La prudencia también es una forma de inteligencia. Los del catamarán tendrán sus historias que contar.
¡Suerte y salud!

León de Moya