Chivo liniero: de la frontera etérea a la frontera real
Pinceladas de una tarde domínico-haitiana

Hace más de una década tuve ocasión de entrevistar a un militar que trabajaba en Haití. Ahora mismo no recuerdo si estaba en la embajada dominicana o si tenía vínculos con alguna figura política haitiana, pero lo cierto es que su presencia allí resultaba significativa. Me dijo que el tema haitiano era profundo, lleno de variantes, y que debía ser entendido por los dominicanos del presente y del futuro.
La conversación fue breve e interesante, mientras a nuestro alrededor se preparaba un sancocho bajo el intenso frío de la montaña. Los extranjeros comentaban una y otra vez lo sorprendente del clima. El militar entendía que su paso por Haití tenía un peso histórico: podía contar versiones que pocos conocen sobre la vida política del país. Me dijo: "No todos los lectores saben lo que realmente pasa en Haití". Mientras hablábamos, yo sentía el frío particular de la sierra, acompañado por la lectura —que dejé a un lado— de un célebre libro de Rodolfo Walsh en una tableta. Era el momento de escuchar a un hombre que conocía bien a René Préval y que había sido testigo directo de muchos episodios de la reciente política haitiana. Años después, recuerdo que llamé a Hard Rock Café para preguntar cómo había estado el concierto de Martelly en esa noche de la capital. La muchacha que tomó la llamada me dijo: "había muchos de ellos". Recordé luego que Martelly tiene una casa en Palm Beach, según se dice.
En pocas horas confirmé que este clima se parece al de otros parajes montañosos: quienes lo visitamos sentimos que entramos en un lugar distante, ajeno tanto al caluroso Haití como a la bulliciosa ciudad.
Las historias sobre la frontera dominico-haitiana podrían llenar decenas de películas y cientos de libros. A pocos kilómetros llegamos a una iglesia cercana a la casa que, según nos dijeron (dato por verificar), perteneció a Manuel Arsenio Ureña. Pintada con colores vivos, parecía un punto inevitable para las cámaras; era, sin duda, una marca de la zona. Nuestros compañeros se asombraron con la belleza del lugar.
Esa misma noche pensé en lo que dicen nuestros libros sobre la frontera. Existen numerosos estudios dedicados a las relaciones diplomáticas entre ambos países —entre ellos el importante libro de Pastor Vásquez—, además de investigaciones sobre la economía haitiana. La bibliografía es amplia para quien quiera adentrarse en la compleja temática haitiana, y también abundan las obras escritas en Haití que exploran la historia de ambas naciones. Todo el mundo conoce a los periodistas que comentan el tema en los medios. El debate dominicano sobre el asunto haitiano no se ha cerrado: vivirá con nosotros para siempre.
La frontera real —la que está en la carretera, no en los libros— la visitamos en otra ocasión. Esa mañana, el vigilante nos vio llegar en la yipeta y nos dijo: "Pase, comando", dándonos acceso a Dajabón, donde se celebra el mercado binacional. Tras pasar por Montecristi, bajamos a Dajabón y recorrimos el mercado, siempre intenso y abarrotado. Es un espectáculo fascinante desde la perspectiva del comercio y del constante movimiento entre haitianos y dominicanos; un lugar digno de ser observado por un investigador de National Geographic. Desde temprano, la zona se llena de compradores, vendedores y buscavidas bajo el sol y el bullicio. Los extranjeros que nos acompañaban querían algunas fotografías.
Como señalan diversos estudios, este mercado es vital para muchos haitianos dedicados al comercio. También para numerosos dominicanos de la frontera que dependen de ese intercambio para subsistir.
En las redes circulan videos que muestran la captura de haitianos intentando entrar al país en vehículos repletos, "como atún en lata". Esas imágenes, ya virales, evidencian el tráfico de personas que opera desde hace tiempo. Otros videos muestran a haitianos cruzando a pie, evocando inevitablemente El Masacre se pasa a pie, de Freddy Prestol Castillo. Y es cierto: pasan a pie, en grupos, y no queda más que capturarlos y repatriarlos. En Santo Domingo se los ve vendiendo celulares, cargadores, aguacates o botellas de agua; parecen vivir en una especie de ósmosis con la vida urbana dominicana.
También se ha vuelto viral un video en el que una cantidad sorprendente de haitianos desciende de un solo vehículo. Viajan apretados como sardinas y, aun así, siguen adelante sin reparos. Lo que quieren es llegar a la capital, donde, durante ciertos períodos, no son perseguidos. Personalmente, conozco haitianos que trabajan en los edificios con mucha eficacia.
No es ajeno a esta dinámica el lector que conoce la defensa que hizo Balaguer al citar a Jean Price-Mars. En nuestro país hay especialistas que dominan como nadie los aspectos políticos, económicos y culturales del tema haitiano.
A su manera, pueden explicar los entuertos del país de Boyer, el surgimiento de las bandas armadas y los enigmas históricos que envuelven a Haití. Hace ya bastante de aquel viaje, pero todavía recuerdo cuando nos detuvimos en la casa donde Martí y Máximo Gómez firmaron, en una tarde histórica, el Acuerdo de Montecristi. Instantes antes habíamos degustado un chivo liniero en un restaurante por allí famoso, antes de adentrarnos en el comercio binacional en una calurosa tarde.

León de Moya