COP30: financiación climática
Países vulnerables pagan el precio de la inacción climática
Para cuando se publique esta columna, habrá terminado la Cumbre Climática en Belém, realizada en el marco de la 30ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que reunió a más de 200 representantes de gobiernos, líderes mundiales, entidades de la sociedad civil, científicos y oenegés, expertos y activistas de todo el globo, quienes en la referida ciudad amazónica de Brasil sesionaron para conocer los problemas derivados de la agresión a nuestro hábitat.
No pudo ser otro lugar tan simbólico como aquella ciudad, escogida no solo porque pertenece a la Amazonía (amenazada por la depredación), sino por el legado de una cultura portuguesa que conserva iglesias, casas, museos y artesanía local, un enorme patrimonio cultural de los siglos XVI y XVII que se niega a ser olvidado.
Al concluir ese cónclave mundial, un aspecto esencial queda sobre la mesa como pregunta en todas las discusiones de diálogo, abiertas para conocer los distintos enfoques respecto de un tema tan relevante en la vida de los seres humanos en el planeta: ¿Está asegurada la financiación climática?
Desde los presidentes, ministros, representantes de gobiernos hasta la sociedad civil, la interrogante rondó las memorias de todos, pero ninguno tuvo respuesta para un problema que atañe a grandes, medianas y pequeñas economías del globo. Si bien la humanidad vive los momentos más estelares de la era moderna, con grandes innovaciones tecnológicas, al mismo tiempo enfrenta los desafíos más cruciales sobre el impacto al medio ambiente.
La situación es más preocupante cuando en la conferencia brilló por su ausencia una de las economías que genera mayor emisión de dióxido de carbono a la atmósfera como la estadounidense con 4.786.631 megatoneladas de CO2, según las cifras de 2022, conforme con el ranking. La financiación es clave a los fines de movilizar recursos para la transición climática.
La participación de Estados Unidos es vital para lograr acuerdos que puedan definir una estrategia común en la acción climática y la reducción de la pobreza que, a su vez, impulsa olas migratorias en todo el globo, generando conflictos económicos y sociales. De acuerdo con los cálculos del mismo foro, el mundo necesita de hasta 1,3 billones de dólares para financiar la política climática actual, enfocada para que llegue a los más necesitados de manera rápida, transparente y justa.
El negacionismo climático por parte de naciones como Estados Unidos solo tiene una lógica: la reserva estratégica estadounidense de crudo es de 46.4 mil millones de barriles, sin estimar gas ni carbón. Los últimos gobiernos norteamericanos han tenido presente mantener esas reservas y mover las fichas de ajedrez a los fines de asegurar acceso a nuevos yacimientos, tanto en el continente americano como en Medio Oriente, de ahí las jugadas estratégicas en la búsqueda de nuevos aliados y fortalecer viejas sociedades. O simplemente quitar del medio a quien estorbe.
Mientras para los Estados Unidos es vital mantenerse apegado al viejo esquema de dependencia de combustibles fósiles, otras economías del mundo avanzan en el crecimiento de energías renovables, en tecnologías como los paneles solares, energía eólica y vehículos eléctricos. El gigante del norte sabe que tiene mucho gas y petróleo para vender y quemar. Aunque el gas y el petróleo son extractivos al igual que las tecnologías de energías renovables, explotar un mineral como el litio, que se utiliza en baterías como los vehículos eléctricos, así como el cobalto y el coltán, estos últimos tienen costos medioambientales y sociales que pueden minimizarse.
La extracción indefinida de materiales del subsuelo conlleva un costo alto. Quienes pagan el precio más alto de esa ambición, son los países de economías vulnerables, como República Dominicana y Haití.

Rafael Núñez