El nuevo vecino
La convivencia se sostiene sobre hábitos compartidos, normas no escritas y cierta afinidad cultural
Vivir en condominio exige algo más que compartir espacios físicos: impone el reto diario de la convivencia. No elegimos a nuestros vecinos, pero sí podemos elegir cómo convivir con ellos.
Por eso, la llegada de un nuevo residente, con sus costumbres, su ritmo de vida y su forma de relacionarse, puede generar inquietudes —y, en algunos casos, resistencias— entre quienes ya forman parte del entorno.
Es natural que surjan dudas cuando alguien nuevo entra a una comunidad establecida. La convivencia se sostiene sobre hábitos compartidos, normas no escritas y cierta afinidad cultural.
Sin embargo, esas inquietudes no deben dar paso a juicios apresurados ni a actitudes excluyentes. La diferencia no es una amenaza: es una oportunidad para ensanchar la idea de comunidad.
Condenar la discriminación es indispensable, pero también lo es reconocer que la convivencia requiere reciprocidad. No se trata de imponer uniformidad, sino de aceptar la diversidad con respeto mutuo.
Quien llega debe estar dispuesto a integrarse sin provocar rupturas innecesarias, y quien recibe debe evitar los prejuicios que anulan la posibilidad de conocer al otro más allá de las apariencias o las suposiciones.
La buena vecindad no nace sola: se construye. Y comienza con un gesto simple pero poderoso: dar la bienvenida.