No todo el que habla, comunica
Algunos toman los medios y chantajean
En los últimos tiempos han proliferado los "sometimientos" judiciales a figuras de medios digitales acusadas de difamación, chantaje o extorsión.
A simple vista, podría parecer que el periodismo atraviesa una crisis ética profunda, como si hubiese mutado en una sentina moral. Pero esa impresión es engañosa.
La totalidad de los imputados no son periodistas ni comunicadores. Son personas con acceso a un micrófono, una cámara o una cuenta de YouTube, que han confundido libertad de expresión con libertinaje verbal.
Ser periodista implica rigor, ética, verificación de hechos, sentido de responsabilidad ante el público y respeto por los principios del oficio.
No basta con decir cosas frente a una audiencia; hay que saber por qué se dicen, cómo se dicen y para qué. Lo otro -lo que hacen muchos de los que hoy enfrentan la justicia- es espectáculo con disfraz de información, morbo en clave de denuncia.
Decir la verdad puede incomodar, y por eso el buen periodismo a veces molesta. Pero mentir con fines oscuros es otra cosa. Por eso, cuando cae un impostor, el periodismo no pierde: se depura. Y conviene recordarlo en tiempos donde opinar se ha vuelto fácil, pero comunicar sigue siendo una tarea exigente.