Se apaga El Vesuvio
Un restaurante que resistió el tiempo, menos el olvido
Sin estridencias, como vivió, el restaurante El Vesuvio comenzó a ser demolido esta semana. No hacía falta un letrero de "cerrado". Bastó ver caer una pared para saber que algo más se venía abajo. Cayó un modo de estar en la ciudad, de compartir la mesa, de celebrar sin apuro.
Fundado en 1954 por el inmigrante italiano Aníbal Bonarelli, El Vesuvio fue por décadas un punto de encuentro para la clase media alta, los diplomáticos, los novios de domingo, los almuerzos de negocios. Su terraza frente al mar ofrecía una promesa de conversación lenta y buena comida. Allí se servían pastas caseras, carnes importadas, antipastos con esmero y café bien colado. Resistió huracanes, apagones, crisis, modas. Incluso la guerra civil del 65 lo puso a pensar, pero no lo venció.
Hoy, sin embargo, ya no bastaba con la memoria. La ciudad se movió hacia el centro y cambió de ritmo. Llegaron nuevos restaurantes, otros hábitos, otras zonas. El Vesuvio quedó como postal: querido, pero visitado cada vez menos.
Se va con discreción, sin aspavientos. Queda en quienes lo conocieron el recuerdo de un lugar donde el mar estaba cerca y el tiempo parecía durar más. No todos los derrumbes hacen ruido. Algunos solo dejan silencio.