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Nos cansamos antes de empezar a andar

El arte perdido de caminar en una ciudad hostil

Al dominicano no le gusta caminar. Eso es una verdad tan grande como un tapón en la Kennedy a las seis de la tarde. Aquí se inventan mil excusas: que el sol quema, que el zapato aprieta, que el carro "está ahí mismito" o que "voy tarde". Y si hay que dejar el vehículo a una cuadra, ya se considera un sacrificio digno de penitencia.

Claro, nuestras ciudades no ayudan. Las aceras parecen campos minados, los motores se creen peatones y las esquinas no invitan, espantan. Pero caminar, aunque suene a castigo moderno, es un ejercicio de independencia. Un paso a la vez, literal.

El apagón de antier vino a recordárnoslo. Sin luz, sin semáforos, sin aire acondicionado ni metro, muchos descubrieron que podían moverse sin batería ni combustible. Que las piernas todavía sirven para algo más que apretar el acelerador o buscar señal.

Quizá por eso, al caer la noche, vimos gente conversando en las aceras, riendo sin pantalla de por medio, caminando por pura necesidad o por pura libertad. Quién sabe, tal vez el próximo apagón nos encuentre más preparados, con tenis cómodos, agua fría y la sospecha de que, a pie, también se puede llegar lejos.

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