Las calles dominicanas: peligro público
Cuando el desorden vial se convierte en emergencia nacional
Las calles dominicanas certifican cada día que vivimos en un país que ha normalizado el peligro. Las cifras oficiales hablan solas. Más de 104,000 lesionados en lo que va de año describen un nivel de siniestros que cualquier sociedad organizada asumiría como emergencia. Aquí, en cambio, seguimos avanzando entre motores sobre las aceras, semáforos convertidos en sugerencias y una autoridad resignada a administrar el desorden.
El Opsevi, brazo estadístico del Intrant, celebra que hoy contamos con datos más depurados. Bien. Pero que esa depuración muestre una "caída en fallecidos" —1,291 hasta la fecha— no suaviza nada. Revela, más bien, la magnitud de un comportamiento colectivo donde las normas estorban y los conductores operan con una especie de licencia tácita para todo.
El Observatorio promete interoperabilidad, mapas de calor, identificación de puntos críticos. El país no sangra por falta de estadísticas, sino por la tolerancia absoluta al irrespeto, por una cultura vial podrida y por autoridades que han permitido que las motocicletas —62 % de los siniestros— dicten las reglas.
Los jóvenes pagan el precio. Las familias cargan el duelo. El Estado asume un costo sanitario desbordado. Hasta que la calle no deje de ser territorio sin ley, las cifras no serán números: serán nuestro espejo más incómodo.
