La cárcel que encierra sorpresas
Las Parras, más que una obra inconclusa, es una declaración involuntaria del modo en que la infraestructura pública muta en instrumento político
La cárcel de Las Parras es ese expediente que nunca se archiva. Fue la chispa inicial de las acusaciones contra la pasada gestión del PLD, y ahora regresa —como casi todo en la política dominicana— en forma de rebote. Hoy está operando y con internos, pero cuando se inauguró no tenía luz ni vía de acceso. Era, en esencia, una cárcel sin condiciones para ser cárcel.
Ahora la discusión gira en torno a los tres mil millones de pesos que, el PLD dice, se necesitaron para completar lo que Danilo Medina insiste en que fue una obra entregada. Con su salida al paso se adelanta a la narrativa que lo persigue: sobrecostos y terminaciones fantasma. Forzará al gobierno del PRM a explicar por qué un recinto "inaugurado" requiere una inversión tan alta para funcionar de verdad.
Las Parras, más que una obra inconclusa, es una declaración involuntaria del modo en que la infraestructura pública muta en instrumento político. Cada administración hereda los hierros torcidos de la anterior y, lejos de enderezarlos, los usa para golpear. La cárcel opera, sí, pero su historia sigue siendo un recordatorio incómodo de cómo se inauguran estructuras sin terminar y cómo cada bando convierte esas fallas en munición para la próxima batalla.
