De origen noble
Reflexiones sobre el significado y uso de "don" en República Dominicana
Sigo regularmente la columna “Eñe” que publica la académica María José Rincón en Diario Libre en donde la académica de número de la Academia Dominicana de la Lengua (ADL), correspondiente de la Española, hace pertinentes observaciones sobre el español de los dominicanos y de algunos dichos y expresiones coloquiales. Recuerdo uno reciente a propósito de “Quien fue a Villa perdió su silla” una variante de la expresión española: “Quien fue a Sevilla perdió su silla”.
Me ha sorprendido, sin embargo, que en su observación del español dominicano la que ocupa el sillón “Z” de la ADL no haya reparado en el mal uso del nombre y apellido de una persona cuando es llamado en una oficina, pública o privada. El que llama, aún con el documento de identidad de quien debe llamar en la mano utiliza únicamente el nombre propio y grita: “¡Señor José!” Cuando debería utilizar, además de “señor”, el apellido como corresponde: “¡Señor Pérez!”, por ejemplo. Existe en República Dominicana una suerte de haraganería intelectual, por no decir una pérdida de los más elementales usos de las reglas de cortesía que nos ha enseñado nuestra lengua. Se antepone “señor o señora” al nombre seguido del apellido. Pena de aquel que, en su documento aparezcan dos o más nombres, porque se tomará los que siguen al primero como apellidos. De manera que “Alfredo José de Jesús Gómez Sosa” Sería llamado: “¡Señor Alfredo José!” y los apellidos simplemente desaparecerán.
En las ciudades del interior del país se solía llamar a ciertos médicos que gozaban de muy buena reputación por “doctor” más el nombre: “Doctor Miguel”; también ocurría con ciertos sacerdotes como el “Padre Adolfo” de La Vega, por ejemplo.
Hace cierto tiempo, recuerdo, que el también miembro de número de la ADL, profesor Rafael González Tirado, dictó una conferencia en la Corporación de la Lengua con el título “Origen de la palabra chopa en el habla de los dominicanos”, y refería una anécdota a propósito del origen de “don”, título de cortesía muy frecuente en nuestro español, que, según explicaba un locutor de radio a un oyente, correspondía a la sigla: “de origen noble” (D. O. N.). Cuando, como bien explicó el profesor González Tirado sin salirse del tema, se trata del latín dominus que simplemente quiere decir “señor”.
El Diccionario de la Lengua Española lo define así: “Tratamiento de respeto, hoy muy generalizado, que se antepone a los nombres masculinos de pila. Antiguamente estaba reservado a determinadas personas de elevado rango social”. Olvidando la acepción antigua, en el español nuestro se ha generalizado como signo de respeto destinado a las personas mayores de edad en las relaciones cotidianas y familiares de los dominicanos. Ese uso se ha extendido al lugar de trabajo como una manera de expresar cierta intimidad con el inmediatamente superior (si su edad así lo exige), porque no es lo mismo tratar a José Pérez de “señor Pérez” que de “don José” y menos aún de “don Pepe”. “Don” acorta la distancia entre empleados aunque ambos se traten de “don” y su consabido “usted” y toda la declinación del pronombre de respeto. “Señor Pérez”, además del respecto, mantiene cierta distancia y le da todavía más un carácter de relación de trabajo que de amistad.
Hoy día esos matices se han perdido. Ha desaparecido también el conocimiento implícito de que el título “don” se anteponía al nombre propio (o prenombre) y “señor” al patronímico. La misma regla se aplica con los títulos académicos tan del gusto de los dominicanos.
De manera que “doctor” o “licenciado”, por ejemplo, va seguido del apellido y no del nombre propio. En República Dominicana, desde hace unos años se ha perdido el uso de esas distinciones. Es corriente escuchar “don Pérez”, “señor José”, cuando debía ser “Señor Pérez” o “Don José”, pero se hace lo mismo con los títulos académicos y nos encontramos con cosas como estas: “licenciado José” en lugar de “licenciado Pérez”, como debería ser; y el uso solitario de “don”, según la Academia de la Lengua, tiene el equivalente de “señor”. Sin embargo, al utilizarse con el apellido, en vez de denotar cierta confianza, da la impresión de que se trata del mundo de mafiosos que describe Mario Puzzo, en su famosa novela adaptada y filmada por Francis Coppola, El padrino, cuyo personaje principal se llama: “don Corleone”.
El locutor a quien se refería el profesor González Tirado trataba, respaldado por la autoridad que da un micrófono y la ignorancia y con la mejor intención del mundo, de dar una explicación a una palabra que no conocía. Pero esa manifiesta ignorancia, como la inversión en el uso de los diferentes títulos de cortesía y académicos, tiene su origen en la propia educación dominicana. Durante muchos años, aproximadamente desde 1992, fue suprimida de la enseñanza primaria la Educación cívica que comprendía, en su programa, la Urbanidad, cuya función era mantener vigente esos usos y una serie de normas sociales y de convivencia. “Don” no corresponde a la sigla “de origen nombre”, pero esta simpática explicación de aquel ignorante locutor dominicano nos da cuenta de que se necesitan años y voluntad política para enderezar ese entuerto.
Hace cierto tiempo, recuerdo, que el también miembro de número de la ADL, profesor Rafael González Tirado, dictó una conferencia en la Corporación de la Lengua con el título “Origen de la palabra chopa en el habla de los dominicanos”, y refería una anécdota a propósito del origen de “don”, título de cortesía muy frecuente en nuestro español, que, según explicaba un locutor de radio a un oyente, correspondía a la sigla: “de origen noble” (D. O. N.). Cuando, como bien explicó el profesor González Tirado sin salirse del tema, se trata del latín dominus que simplemente quiere decir “señor”.
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