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Pesimismo, deberes por cumplir, incertidumbre

La cara oculta del éxito económico, deudas, déficit y desconfianza

 Hace ya un par de semanas, al leer el periódico, me encontré con esta cuestión: "¿Cómo es posible que, mientras todos los organismos internacionales y expertos en desarrollo observan admirados los indicadores económicos de nuestro país, los resultados de las encuestas indiquen que los encuestados afirman que el país anda mal y la economía también?". Y leí la consiguiente respuesta: "Es la expresión de nuestro pesimismo".

El autor de ambas (pregunta y respuesta) es mi apreciado amigo Luis González Fabra, ocoeño de la montaña, maestro de las comunicaciones, de las relaciones públicas y del pensar profundo.

Lo del pesimismo a que se refiere está bien establecido (José Ramón López, Francisco Moscoso Puello...). Junto a la cultura del gancho o del chivo forma parte de nuestra idiosincrasia.

Años de tiranía llevaron a este pueblo a simular que en materia económica no se estaba bien, aunque ¡de sobra! se estuviera. Las dudas sobre el buen uso de los fondos públicos y las traumáticas experiencias de expropiaciones maliciosas llevaron a disimular las fortunas, al igual que a esconder a las hijas para que a la mente libidinosa de tantos trogloditas envalentados por el ejercicio autoritario del poder, no se le antojara apropiárselas.

Pero no todo se explica acudiendo a esas características. El profesor Juan Bosch puso de moda aquello de que en política "hay cosas que se ven y otras que no se ven". Y las ocultas son tan explicativas, a veces más, como las que asoman a la superficie.

Desde hace lustros se ve que la economía dominicana muestra un comportamiento satisfactorio, situada entre las de mayor crecimiento en América Latina, control de la inflación y de la tasa de cambio, con estabilidad política bien sustentada.

Pero existe una cara opaca. Hay deberes internos por cumplir, de singular importancia, cuya materialización es esperada desde hace lustros. Por ejemplo: Resolver el problema del gasto corriente innecesario y de capital precario, de la deuda cuasi fiscal cada vez más extendida, del sistema eléctrico ineficiente y desbalanceado, del endeudamiento externo recurrente. Todo lo cual se resume en eliminar el déficit público: gastar en lo necesario y suprimir lo superfluo.

Esa cara opaca también pasa por diluir la percepción de vacío de autoridad, que se percibe sobre todo en los ámbitos del tránsito vehicular, jurisdicción inmobiliaria, laboral y migratorio, aunque éste último está siendo objeto de mayor atención, y restablecer a plenitud el imperio de la ley.

Siendo así, que las cosas estén bien, pero al mismo tiempo mal, como en un juego de física cuántica, es la expresión desguarnecida del alma de la sociedad dominicana.

A lo dicho se agrega la incertidumbre mundial en materia económica, agudizada por la imposición de sanciones, arancelarias o no, que perturban el normal funcionamiento de los mercados. Los precedentes históricos auguran lo peor, como si hubiese necesidad de tropezar de nuevo en la misma roca. A esas preocupaciones se unen las áreas de conflicto armado que mantienen en vilo a la humanidad. Y, el comienzo de un proceso de rearme generalizado.

Son elementos que, aunados, dan aliento a la preocupación. Si buscáramos signos de alivio, de renacer del optimismo, tendríamos que encontrarlos en el riguroso cumplimiento de los deberes ya citados. Y eso sí que depende de nosotros.

La crisis global nos sorprende con escaso margen fiscal de reacción, en medio de desajustes económicos que no han sido corregidos a tiempo. A favor se tiene la presunción de que el miedo atávico a hacer lo que es necesario, aunque duela, se ha diluido porque no existen aspiraciones de reelección.  

Falta, eso sí, erradicar la creencia de que gobernar es como participar dentro de un concurso permanente de simpatía, cuyas decisiones se toman a partir del susurro de los oráculos que interpretan los resultados de las encuestas. No, gobernar no es eso, por lo menos si se aspira a dejar un legado memorable.

Un choque externo que nos atrape desguarnecidos, sin los deberes hechos, no solo dejaría al desnudo las carencias, sino que nos obligaría sin remedio alguno a hacer, a la fuerza de las circunstancias, lo que no se hizo, a sabiendas de su relevancia, por temor al costo político.

Es tiempo de disponer de las acciones faltantes y de preparar a la población para transitar el camino difícil de consolidar lo ya ganado, que es mucho, hay que enfatizarlo, ¡es mucho!, en materia institucional, social y económica.

Y no, no es solo pesimismo. Es tener conciencia clara de lo que puede acaecer si el tejado no se ancla a tiempo, antes de que se lo lleve el viento.   

 

 

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Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.