El pensamiento católico sobre los migrantes
La postura de la Iglesia católica frente a la migración
La primera decisión que adoptó el cardenal Robert Francis Prevost tras ser elegido papa, como le corresponde hacer a todos los papas electos, fue seleccionar el nombre con el que se identificaría su persona y su papado. Ese nombre fue, como se sabe, León XIV en honor al papa León XIII, quien cerró el siglo XIX y dio inicio al siglo XX como jefe de la Iglesia católica.
Si algo definió al papa León XIII, por lo cual se le recuerda, fue su famosa encíclica Rerum Novarum, subtitulada Sobre la situación de los obreros (15 de mayo 1891), en la cual este papa plasmó una visión distante tanto del individualismo capitalista sin límites ni controles como del colectivismo marxista que proclamaba la expropiación de la propiedad privada y la estatización de la economía. En el contexto de un sistema económico caracterizado por la explotación de la clase obrera -jornadas laborales de catorce y dieciséis horas, inexistencia de salario mínimo, desprotección de los trabajadores en los lugares de trabajo, ausencia de regímenes de seguridad social y falta de servicios públicos ante la proletarización y la urbanización de inmensos contingentes humanos-, el cual era enfrentado por un discurso revolucionario emergente que propugnaba por la eliminación radical de las estructuras socio-económicas, incluyendo la religión, el papa León XIII plasmó un pensamiento que, desde la fe, procuraba armonizar al capital y el trabajo, con un papel crucial para el Estado en la protección a los trabajadores.
En esa encíclica no hay mención a la migración, como no podía haberla en aquella coyuntura histórica. Su enfoque era la protección de los obreros y la superación de los dos extremos ideológicos que se enfrentaban, lo que hizo que se convirtiera en el documento seminal de la doctrina social de la Iglesia. En la encíclica en la que hubo una primera mención de la migración fue en Pacem in Terris (Paz en la Tierra) del papa Juan XXIII (11 de abril de 1963), aunque se limitó a declarar que debe reconocerse como un derecho de las personas "que le sea lícito, cuando lo aconsejen justos motivos, emigrar a otros países y fijar allí su domicilio". Esta breve mención refleja que todavía no había una urgencia social para que la Iglesia católica desarrollara una doctrina sobre las migraciones.
En la emblemática encíclica Populorum Progressio (El desarrollo de los pueblos) del papa Pablo VI (26 de marzo de 1967) hay ya una mención directa a los migrantes en forma de llamado a cómo éstos deben ser tratados. Dice así: "La misma acogida debe ofrecerse a los trabajadores emigrados, que viven muchas veces en condiciones inhumanas, ahorrando de su salario para sostener a sus familias, que se encuentran en la miseria en su suelo natal". Esta encíclica continuó afianzando la doctrina social de la Iglesia en un contexto en el que se articuló el principio de la opción preferencial por los pobres.
El papa Juan Pablo II, idolatrado por los sectores conservadores por haber enfrentado al comunismo y a la teología de la liberación, participó en alrededor de veinte jornadas mundiales del inmigrante, en las cuales desarrolló un conjunto de ideas que ha servido a la Iglesia católica hasta el presente como guía sobre cómo abordar la problemática de las migraciones. En la jornada de 1996 declaró: "Es importante, asimismo, ayudar al emigrante irregular a realizar los trámites administrativos para obtener el permiso de residencia. Las instituciones de carácter social y caritativo pueden ponerse en contacto con las autoridades a fin de buscar, en el respeto de la legalidad, las soluciones oportunas para los diversos casos. Hay que hacer un esfuerzo de este tipo sobre todo en favor de quienes, después de una larga permanencia, se han radicado en la sociedad local hasta tal punto que el regreso a su país de origen equivaldría a una forma de emigración en sentido contrario, con graves consecuencias, especialmente para los hijos".
Por su parte, el papa Benedicto XVI, gran teólogo e intelectual católico de orientación también conservadora, expresó en su encíclica Caritas in Veritate (La caridad en la verdad), documento que plasma una visión sobre las relaciones entre el Estado, el mercado y el individuo desde una perspectiva de la ética y la justicia, publicada el 29 de junio de 2009, la siguiente reflexión sobre la migración: "Todos podemos ver el sufrimiento, el disgusto y las aspiraciones que conllevan los flujos migratorios. Como es sabido, es un fenómeno complejo de gestionar; sin embargo, está comprobado que los trabajadores extranjeros, no obstante las dificultades inherentes a su integración, contribuyen de manera significativa con su trabajo al desarrollo económico del país que los acoge, así como a su país de origen a través de las remesas de dinero. Obviamente, estos trabajadores no pueden ser considerados como una mercancía o una mera fuerza laboral. Por tanto, no deben ser tratados como cualquier otro factor de producción. Todo emigrante es una persona humana que, en cuanto tal, posee derechos fundamentales inalienables que han de ser respetados por todos y en cualquier situación".
El papa Francisco queda fuera de esta reflexión porque muchos se han creído que su defensa de los migrantes era puro capricho de un papa que se había desviado del pensamiento ortodoxo de la Iglesia católica cuando en realidad lo único que él hizo fue expresar, con gestos y palabras, lo que otros papas ya habían reflexionado y plasmado en sus cartas encíclicas. En todo caso, vale resaltar cómo este papa puso en el centro de su pensamiento y su accionar la dignidad humana como condición intrínseca de cada persona en tanto criatura de Dios.
Con este telón de fondo doctrinal, nadie puede esperar que una periodista del Vatican News venga a la República Dominicana a hacer apología de la política que ordena detener en los hospitales y luego deportar a mujeres embarazadas y parturientas o con niños enfermos en búsqueda de un servicio de salud. Ese drama humano no puede ser ignorado por alguien que se haya nutrido de las encíclicas papales, independientemente de que haya podido cometer uno u otro error informativo en su reportaje de prensa.
Desde luego, el Estado no puede convertir en política pública ni en norma legal todos y cada uno de los preceptos morales de la Iglesia católica sobre la cuestión migratoria, como tampoco puede hacerlo con relación a muchos otros temas en los que hay diferencias de enfoques y perspectivas en la sociedad. No obstante, el pensamiento de la Iglesia católica sobre la problemática de las migraciones es un referente de primer orden para pensar en la República Dominicana sobre cómo dar respuestas a los desafíos que enfrentamos en la búsqueda de un balance entre los intereses del Estado, la aplicación efectiva de la legalidad, la adopción de políticas sensatas sobre regularización migratoria y la protección de los derechos y la dignidad de las personas, incluyendo, por supuesto, a los migrantes.