La carta de mi hijo
Cómo un anhelo de paternidad se convirtió en la mayor riqueza
Un hijo fue siempre un deseo ansiado. Cinco inseminaciones artificiales y tres fertilizaciones in vitro soportaron, en mi caso, la historia de ese anhelo. Todas resultaron fallidas. Ya en el último ensayo las esperanzas se rendían. Lo hicimos para aquietar la culpa o tener la certeza de haber hecho lo necesario.
Resueltos a aceptar la negación, nos quedó descansar en aquella frase de Balzac: "Los que no tienen hijos ignoran muchos placeres, pero también se evitan muchos dolores". Sin embargo, en el intento final nos sorprendió el milagro: la vida empezó a latir, devolviéndonos la fe. Nacía así Sebastián, tarde, pero inevitable.
Nos vimos confrontados con lo inesperado. La procreación no solo es un acto reproductivo; también confirmativo. Y es que de alguna manera nos "extendemos" en la vida de los hijos, y en sus logros nos realizamos. Ellos nos hacen perder el sentido natural de lo propio. Hasta hoy no he podido discernir dónde nacen o terminan los intereses de cada uno.
Ser padre con una brecha generacional tan ancha fue un reto. Tuve que ponerme al día en tantas cosas. Lo hice por él, para entender su mundo y, a través de él, comprender mi tardío papel paterno. Lo honré como pude, pero siempre presente.
En los primeros cinco años le di mi tiempo. Nunca le faltó cercanía. Lo dormía en mi pecho. Cada noche tenía que improvisar un cuento, sin importar mi ánimo. Cuando la imaginación agotaba sus imágenes, entonces fantaseaba con historias seriales y personajes inéditos, esos que solo él y yo conocimos. Cuando se rendía, lo dejaba rodar hasta la cama. Tenía que alzarme despacio y con sigilo porque al mínimo balanceo se despertaba, y entonces había que idear otro cuento.
Hice de todo para entrar a su mundo y no sentirme extraño. Era un universo insondable de fantasías. Cada edad traía una afición distinta en la que, como carrusel, corrieron en el tiempo muchos héroes: Spiderman, las figuras de Marvel, los youtubers Fernanfloo y Germán, los reguetoneros Bad Bunny, Nicky Jam, Maluma, Redimidos y Dioli (¡como lo leen!), así como los estelares del Real Madrid, desde los años de Cristiano Ronaldo hasta el reinado de Kylian Mbappé.
Fue asombroso ver transiciones tan rápidas en tramos tan cortos. En esa "metamorfosis" progresiva tuve secuencialmente a tres hijos en uno. Cada etapa aportó comprensiones y experiencias disímiles de vida.
Hoy Sebastián, con dieciséis años, es otro: respetuoso, disciplinado, sensible y con una madurez prematura. No acabo de entender cómo esa personalidad emergió de un niño impetuoso, indócil e inagotable. No recuerdo haber hecho actos conscientes para influir en su cambio. Su madre y yo lo dejamos ser, bajo la sombra de una autoridad comprensiva.
Hoy mi hijo es mi primer (y casi único) amigo. Eso no ha afectado el respeto. Yo he vuelto a la adolescencia emocional (no me ha dado trabajo) y él ha madurado espiritualmente. Compartimos el tenis. Tenemos conversaciones triviales (como su superada afición por el reguetón), pero también de hondo calado: historia, biblia, literatura, música pop, política y filosofía. Nunca fuimos más felices. Un respiro a su lado es más que una fortuna Forbes; es mi mayor riqueza.
Nunca he recibido un reconocimiento en nada. Aparte de no merecerlo, no lo procuro. Algunos son coleccionistas patológicos de esas "distinciones". No he aceptado, pagado ni gestionado una portada/página para aparecer entre los mejores/exitosos en nada. Durante mi ejercicio académico y profesional no he concursado para recibir premios; como abogado, ni siquiera me abono a directorios legales globales o regionales, esos que establecen ranking de excelencia entre sus afiliados: me basta con la calificación del cliente; pero nada ni nadie en el universo me impedirá publicar esta carta que encontré la mañana del pasado domingo debajo de mis lentes, sobre la mesita de noche:
"Querido padre: Eres una figura importantísima en mi vida. A pesar de lo mucho que te he hecho pasar—y lo mucho que te he hecho hacer—, siempre has estado presente para mí. No sabes lo que agradezco que, a pesar de que cuentas con muchas responsabilidades, siempre dispones el tiempo para que conversemos. No hay cosa más importante que la confianza, y tú me lo has demostrado. El hecho de que enfatices que, al igual que un padre eres un amigo, demuestra tu cercanía. Tu forma de pensar, tu cariño y tu presencia, son solo algunas de las tantas cualidades que te caracterizan. Espero que nuestra relación siga creciendo, y poder compartir mucho más tiempo juntos. Has sido un gran padre. Nunca lo dudes. Te amo con todo mi ser". ¡Te amo, muchacho, con las fuerzas de la vida!