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El centro político: la más alta forma de inteligencia política

El disenso expresa la libertad democrática; el consenso garantiza la convivencia que hace posible la nación. La sensatez y el sentido común son su mayor desafío

Los extremos siempre necesitan un enemigo preferido. La izquierda radical acusa al mercado de todos los males; la derecha extrema culpa al Estado; los populismos demonizan a las élites; los tecnócratas ridiculizan a los populismos. Esa dinámica moviliza pasiones porque ofrece certezas simples y antagonismos absolutos.

Los extremos necesitan creyentes; el centro requiere pensar.

El centro político, en cambio, carece de esa herramienta emocional. No puede fabricar un enemigo total porque se cuestiona a sí mismo. Su esencia no es dogmática, sino reflexiva. Y esa es su paradoja: sin enemigos absolutos, el centro no moviliza con la misma intensidad, pero sí sostiene la democracia.

Ya lo advertí: Trump vuelve porque el centro político se desvaneció. No es la única causa, pero sí la condición que lo hizo posible. Lo que ocurre en EE. UU. es la manifestación más clara de lo que sucede cuando desaparece el espacio intermedio: la democracia queda atrapada entre trincheras que se alimentan mutuamente.

El centro no levanta cruzadas ni promete paraísos inmediatos. Tampoco es pacifista ingenuo ni guerrerista militante: es estratégico e inteligente. Su terreno es el de la negociación, la búsqueda de equilibrios y la construcción de consensos. Donde los extremos proclaman verdades absolutas, el centro busca soluciones sostenibles.

Hace años escribí: "Actuar desde el centro político es, en el fondo, ejercer el sentido común". Esa sigue siendo la clave: el centro es racionalidad práctica, sensatez política: aprender a vivir con las diferencias y fomentar la convivencia que une y suma, evitando los extremos que dividen y excluyen.

La historia es clara: la desaparición del centro abre la puerta a la fractura democrática:

  • Chile (1970–1973): el choque entre la Unidad Popular de Allende y la derecha cerró el espacio intermedio. Sin un centro que mediara, la polarización desembocó en el golpe de Estado y en una dictadura de 17 años.
  • España (1978–1982): la transición democrática fue posible porque se consolidó un centro que mediaba entre franquistas y comunistas. Sin ese espacio, el fantasma del golpe del 23-F habría prosperado. El liderazgo de Suárez y González mantuvo vivo el equilibrio.
  • Estados Unidos (actualidad): la erosión del centro ha radicalizado la política. El trumpismo arrastró a los Republicanos y la izquierda identitaria tensiona a los Demócratas. El resultado: parálisis institucional, violencia política y desconfianza ciudadana.

Conviene subrayar algo esencial: el centro político no es un punto fijo en la geometría del poder, sino un espacio dinámico en constante redefinición. Lo que en un momento histórico es considerado centro, en otro puede desplazarse hacia la izquierda o hacia la derecha según los consensos sociales y las tensiones dominantes.

Este matiz es valioso porque muestra:

  • Que el centro no es un "punto medio aritmético", sino un espacio de construcción política.
  • Que lo que divide o emociona cambia, y con ello el propio centro se redefine.
  • Que liderar desde el centro exige leer el tiempo histórico y renarrar el equilibrio en cada época.

En la conversación internacional se reconoce lo mismo desde distintas perspectivas. Andrés Velasco ha señalado que el centrismo no es tibieza, sino la combinación de justicia social con responsabilidad fiscal, un antídoto frente al populismo autoritario. Yair Zivan, por su parte, insiste en que el centro debe narrarse con esperanza y moderación, frente a los extremos que se alimentan de emociones intensas. Incluso diversos estudios recientes confirman que la ciudadanía suele percibir más polarización de la que realmente existe, lo que abre un espacio estratégico para que el centro recupere su voz.

Por eso soy más amigo de los diálogos democráticos y la construcción de consensos en políticas públicas que de los referendos. En abril de 2021, el presidente Luis Abinader declaró que apoyaba someter a referendo la decisión sobre el aborto y sus tres causales: "Estoy a favor de las tres causales... pero es una decisión que implica muchos temas, no solo de salud, también religiosos" (Diario Libre, 19 de abril de 2021).

Fue en ese contexto cuando respondí en esta columna: "Cuando una sociedad somete el punto de encuentro al referéndum, está destruyendo el centro político, que es donde habita la posibilidad de convivir". Mi argumento era claro: las tres causales son precisamente el punto de encuentro en una sociedad polarizada entre quienes reclaman la legalización plena y quienes rechazan toda excepción. Llevar ese punto al referendo no resolvía la tensión, la radicalizaba.

La política dominicana ha ofrecido muchos ejemplos de cómo el centro político puede abrir salidas. Las tres causales son uno de esos casos. No constituyen la victoria total de un extremo sobre el otro, sino un terreno de consenso que reconoce principios de ambas partes: proteger la vida y, al mismo tiempo, cuidar a la mujer en situaciones límite. Como escribí entonces: "El debate solo puede encontrar salida si se preserva el centro político, pues cuando este se destruye la sociedad queda atrapada en trincheras irreconciliables" (Diario Libre, 12 de agosto de 2025).

El centro no emociona como los extremos, pero es el único que puede desbloquear las discusiones más polarizantes y paralizantes.

La lección es constante, como he afirmado en otras ocasiones: "El poder político se consolida cuando logra apoderarse del centro". Cuando el centro político se destruye, no gana un bando: pierde la democracia entera. El dilema del centro no es su debilidad, sino su relato: cómo narrarse para inspirar sin renunciar a su esencia reflexiva. Ese es el reto: rescatar el centro como la más alta forma de inteligencia política. Esa es, al final, la verdadera sensatez y el verdadero sentido común.

Los extremos siempre necesitan un enemigo preferido. La izquierda radical acusa al mercado de todos los males; la derecha extrema culpa al Estado; los populismos demonizan a las élites; los tecnócratas ridiculizan a los populismos. Esa dinámica moviliza pasiones porque ofrece certezas simples y antagonismos absolutos. Los extremos necesitan creyentes; el centro requiere pensar.

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Nelson Espinal Báez Associate MIT - Harvard Public Disputes Program at Harvard Law School. Presidente Cambridge International Consulting.