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Locos y sin siquiatras

El dramático déficit que enfrenta la salud mental en República Dominicana

En la República Dominicana hay más de 75 mil abogados, casi 50 mil ingenieros civiles, cerca de 40 mil contadores, aproximadamente 25 mil médicos y apenas 260 siquiatras.

Ese dato pone en contexto la desatención a la salud mental en un país en el que la depresión afecta casi al 5 % de su población.

Si a ese cuadro se le suma la prevalencia de un tabú cultural que, por el estigma social, resiste una terapia o un tratamiento siquiátrico, la situación asume ribetes de drama. Sí, es una calamidad lacerante, pero calladamente nuestra. Todavía a muchas familias les abochorna visitar a un siquiatra; cuando lo logra, suele manejarse con prejuiciosa discreción. 

La población dominicana presenta horizontes crecientes de ansiedad, depresión y suicidio, al margen de otros trastornos ya recurrentes. Las macabras ejecuciones de homicidios que día tras día genera la violencia social revelan patrones psicopatológicos no tratados. Los cuadros son cada vez más escalofriantes.

En el sistema público de salud existe una escasez pavorosa de camas para pacientes siquiátricos, aparte de que la seguridad social tiene sensibles limitaciones a la cobertura de las enfermedades mentales, lo que dificulta y encarece el acceso a un tratamiento. Además, los precios de los fármacos son esquizofrénicos.

En nuestra cultura política prevalece el demencial vicio de pretender solucionar deficiencias, carencias o crisis a través de la "terapia legislativa" y esta no ha sido la excepción. Por mandato de la Ley núm. 12-06, se "promueve la salud mental como un bien público a ser protegido por el Estado a través de políticas públicas, planes de salud mental y medidas de carácter legislativo, administrativo, judicial, educativo y de otra índole que serán revisadas periódicamente". Se trata de un "derecho delirante" sin tutela efectiva, cuya omisión desmonta una a una sus disposiciones.

La aspiración de la aludida ley de que la atención mental esté disponible "en todos los establecimientos hospitalarios públicos y privados del país y en los distintos niveles de atención primaria, secundaria o terciaria", es un "trastorno disociativo" de cara a la realidad. Justo es reconocer, sin embargo, que el Ministerio de Salud Pública ha implementado medidas como el centro de contacto "Cuida tu Salud Mental" para brindar apoyo telefónico las 24 horas del día, los 7 días de la semana, pero eso es apenas urgencia preventiva. 

Tenemos un "orden" de convivencia insano y conflictivo que genera mucho estrés. Motivos vulgares suelen desatar aciagas tragedias, como una imprudencia en el tránsito, la disputa por un parqueo, los celos por presuntos galanteos y hasta muertes por discusiones en rondas de juegos y bebidas. Las estadísticas oficiales son graves: ¡75 % de los homicidios en la República Dominicana se cometen por conflictos sociales y apenas el 24 % por delincuencia!

Hay muchos elementos comprometidos en la cuestión, pero cada vez es más crítica la propensión a la agresión. Si al carácter emocional del dominicano medio se le suman externalidades como las precariedades de vida, la baja educación, el desorden en la convivencia, la acumulación del estrés cotidiano y una condición mental no tratada, entraremos al umbral de un colapso emocional colectivo. Basta agregar a esa combustión alcohol, calor y ruido artístico/dembow (símbolos patrios de la chercha) para desnudar la anatomía perfecta de la locura.

La depresión está castigando a muchos hombres de clase media de entre 35 y 50 años. Como proveedores de la familia, sus ingresos ya resultan exiguos para soportar los estilos de vida que antes exhibían. Las presiones económicas se agudizan y la inseguridad por el futuro familiar les aterra. Eso empuja a sus compañeras a trabajar, quedando el hogar desatendido en una etapa crucial para el cuidado emocional de sus hijos. Frente a las presiones de una sociedad de consumo y "estándares de clase" tiene que ostentar un bienestar del que no goza, creando, tal inconsistencia, hondos vacíos de vida que se expresan en estados de depresión y ansiedad.

Estamos padeciendo una silenciosa crisis de felicidad, matizada por las agresiones de un ambiente hostil y espantosas precariedades en la atención mental. Un hábitat tóxico que hace cada vez más intolerante, irascible y virulento el carácter.

"El dominicano está perdiendo la sonrisa. Antes era tan natural y libre como sus palmeras, ahora es tan obligada como la que se posa para una foto oficial", escribe Bernard Moreau, un académico francés que, con veinte años en esta tierra, hizo de Las Terrenas, Samaná, su petit paradis.

C. S. Lewis escribía: "El dolor mental es menos dramático que el dolor físico, pero es más común y difícil de soportar".  Y es más doloroso soportarlo en silencio, como el que nos impone un sistema de negaciones colectivas. Ese silencio es otro trastorno de nuestra locura. Hay que hacer catarsis y romperlo...

Si al carácter emocional del dominicano medio se le suman externalidades como las precariedades de vida, la baja educación, el desorden en la convivencia, la acumulación del estrés cotidiano y una condición mental no tratada, entraremos al umbral de un colapso emocional colectivo.

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Abogado, ensayista, académico, editor.