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La tentación autoritaria

Cómo la búsqueda de seguridad puede llevar al autoritarismo

La búsqueda de orden y seguridad es una inclinación natural en los seres humanos, a pesar de que siempre habrá quienes procurarán lo contrario para obtener ventajas y ejercer algún tipo de poder. En su gran obra El Leviatán, publicada en 1651 y considerada por muchos el punto de partida de la filosofía política moderna, Thomas Hobbes procuró ofrecer una visión del Estado que, sustentada en el reconocimiento de la igualdad entre los individuos y la celebración de un pacto entre éstos guiado por la razón, proveyera orden y seguridad como respuesta al estado de "guerra de cada hombre contra cada hombre" que existía en el estado de naturaleza. Con ese fin, Hobbes estuvo preparado a aceptar la mayor concentración posible de poder en el Estado, en ese poder común que llamó El Leviatán, "el Dios mortal bajo el Dios inmortal", con tal de que la sociedad tuviera un orden que encauzara la actividad humana.

El liberalismo político surge en respuesta a esa visión de Hobbes sobre el Estado y el poder. Casi cuarenta años después de que se publicara El Leviatán, John Locke publicó su fascinante libro El segundo tratado sobre el gobierno civil, en el que aceptó la premisa de Hobbes, en el sentido de que sólo la construcción del Estado podía dar respuesta efectiva a la falta de orden y seguridad de la sociedad en su estado de naturaleza, pero planteó la que tal vez sea la más importante cuestión de la filosofía política relativa a la construcción de la sociedad política y el poder. En respuesta a Hobbes, Locke dijo: "deseo saber qué clase de gobierno será", pues pudiese ser que, para ponerlo en buen dominicano, el remedio sea peor que la enfermedad. En el contexto de esa discusión es que Locke esboza las ideas fundamentales del liberalismo político: consentimiento de los individuos, considerados libres e iguales por naturaleza, en la formación y configuración del Estado, división y limitación del poder por la ley, todo lo cual en función de que la construcción del poder no se haga a expensas de los derechos y las libertades de las personas.

Este dilema que se plasmó en el debate de estos dos gigantes de la filosofía política en la segunda mitad del siglo XVII sigue y seguirá estando presente como un rasgo consustancial de la compleja relación entre los individuos y el poder. Cuando Hobbes y Locke hablaban del estado de naturaleza no se referían a un punto originario de la historia de la humanidad, sino a cualquier situación en la que, por falta de un poder común, no hay orden ni seguridad en la sociedad y en la que los propios derechos y libertades de los individuos estaban en peligro, lo cual era de particular preocupación para Locke. Ese concepto de estado de naturaleza puede aplicase a infinidad de situaciones, como sería la crisis en Haití, para poner un ejemplo cercano, en el que no hay un poder común efectivo que garantice el orden y la seguridad. El caso de El Salvador es otro ejemplo emblemático en nuestra región dado el hecho de que esa sociedad estuvo marcada, durante décadas, por el caos, la violencia y la inseguridad, lo que creó las condiciones para que surgiera una respuesta hobessiana basada en una concentración brutal del poder en una persona con el fin de darle a la gente orden y seguridad, pero a expensas de las garantías del debido proceso y del ejercicio de otros derechos fundamentales.

Puede decirse, entonces, que la tentación autoritaria está siempre presente, ya que cuando en cualquier sociedad se produce un desbordamiento de problemas que conciernen al orden y a la seguridad se crea un terreno fértil para soluciones autoritarias, independientemente de si estas resultan efectivas o no. Unas veces los problemas son reales, pero a través de la historia se constata que estos son, en realidad, construcciones discursivas que hacen que la gente perciba la realidad de una manera que legitime respuestas autoritarias, del tipo que sea. Por ejemplo, el discurso nazi antijudío hizo que personas no judías que compartían armoniosamente con judíos en un mismo vecindario se volcaran, de buenas a primeras, contra estos últimos, a quienes comenzaron a ver de manera diferente y a atribuirles características deshumanizantes que justificaban las políticas de violencia y exterminio contra este grupo humano.

Ese fue, sin duda, un caso extremo, pero la lógica de construcción discursiva de "enemigos" a quienes hay que destruir es un fenómeno recurrente a través del tiempo. Hoy son los migrantes, respecto de quienes se construye un discurso que los estigmatiza como lo peor posible (violadores, asesinos, contaminantes de la sangre pura, perturbadores de la paz social) para generar políticas de exclusión y negación de derechos. De ahí se deriva la política de militarización del tratamiento de la cuestión migratoria que tiene lugar en algunos países. Ese discurso ha resultado tan efectivo que los propios migrantes ya establecidos en ciertas sociedades adoptan posiciones contra los nuevos migrantes de su mismo origen, a quienes acusan de ser responsables de malos comportamientos y, por tanto, merecedores de que se les expulse y se les violen sus derechos.

El liberalismo político, que surgió en respuesta al absolutismo, nos convoca a pensar el poder de una manera diferente. Los pensadores liberales han tenido siempre un escepticismo válido sobre el poder y el riesgo de su concentración en una o pocas manos sin los debidos controles, límites y contrapesos. Aun en las situaciones en que las soluciones autoritarias parecen ser efectivas porque han satisfecho la demanda de orden y seguridad en ciertas sociedades, la perspectiva liberal siempre tendrá presente los riesgos intrínsecos de un ejercicio del poder ilimitado, pues este conlleva necesariamente la eliminación de los derechos y las libertades de las personas.

No obstante, el desafío para las corrientes políticas liberal-democráticas, independientemente de que su inclinación sea más a la izquierda, a la derecha o al centro, está en plantearse seriamente la cuestión del orden y la seguridad de una manera que sea compatible con el respeto a los derechos de las personas y con un ejercicio del poder que cuente con los controles y los contrapesos necesarios para evitar cualquier forma de absolutismo. Hay quienes pueden pensar que esta combinación -orden y seguridad con respeto a las libertades ciudadanas y los controles del poder- no es posible, pero hay evidencias históricas, en Europa, Estados Unidos y en América Latina, que muestran que sí lo es. Y también están las muestras, más de lo que uno quisiera, de cómo terminan casi siempre los regímenes autoritarios, ya sean de izquierda o de derecha, aunque por momentos estos pudiesen parecer exitosos en sus políticas, en sus formas de operar y en sus pretensiones salvadoras.

TEMAS -

Abogado y profesor de Derecho Constitucional de la PUCMM. Es egresado de la Escuela de Derecho de esta universidad, con una maestría de la Universidad de Essex, Inglaterra, y un doctorado de la Universidad de Virginia, Estados Unidos. Socio gerente FDE Legal.