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El poder de la ignorancia

Cuando el desconocimiento se convierte en arma consciente

La ignorancia no digiere, solo mastica. Es más intuitiva que comprensiva. No siempre es ingenua; en muchas ocasiones resulta de una elección consciente como forma de eludir la responsabilidad del conocimiento.  

Esa ignorancia intencional no es accidente, es arma. Procura pervivir ajena a todo lo que supone algún compromiso humano. Más que condición, es actitud egoísta e interesada, por aquello que escribía Karl Popper: "La verdadera ignorancia no es la ausencia de conocimiento, es la negativa a adquirirlo".

El ignorante presume de vivir seguro: se autoafirma en sus credos. Por eso los incorpora como imperativa razón vital; como comprensión última de todo. Recuerdo a Osler: "Cuanto mayor es la ignorancia, más grande es el dogmatismo".

El ignorante nunca cuestionará su credo; sería entrar al trance de la autonegación, y no tiene ese arrojo, porque, al decir de Henry Home Kames, "la ignorancia es la madre del miedo". El miedo a saber que no sabe. 

Al ignorante no le provoca la verdad. Apenas le basta la suya, esa que le simplifica, aligera y descarga la existencia. Le es suficiente el bienestar básico, que, según "su verdad", no necesita de más verdad para ser feliz. 

La ignorancia es orgánicamente mediocre. Se conforma con lo menos para no endeudar la existencia más allá de lo utilitariamente provechoso, de lo biológicamente necesario, de lo irresponsablemente humano, de lo fácilmente cómodo.   

Antes, la ignorancia no estaba tan expuesta. Apenas se recogía en su propia omisión. Hoy es podio, pancarta y discurso: impone "razones", propone patrones, marca tendencias y controla la opinión.  Bajo su sombra, se postra una sociedad emocional que no piensa, apenas grita; que no responde, apenas reacciona; armada de prejuicios y trincheras para defender "su verdad" como única.

No hay que buscarla ni descubrirla; la ignorancia está ahí: activa, arrogante y beligerante; convertida en ideología emocional, confundida en la "cultura" de la libertad, enmascarada de arte urbano, dominando el social media, pontificando detrás de los micrófonos o frente a las cámaras, entronada en las curules y en los palacios de gobierno.  

La ignorancia de hoy, convertida en dogma, es tiránica, intolerante y depositaria de la última verdad.  No discute, impone; no investiga, juzga; no escucha, habla. Pretende tasarnos a todos con la medida de su mediocridad.

Hoy, el sistema opera con exigencias o rendimientos cada vez más mínimos, en el que la opinión del erudito compite con la del iletrado con la posibilidad de que la de este último convoque más aplausos.

Para Yuval Noah Harari la ignorancia era una condición social irrelevante hasta que se combinó con el poder, en cuyo caso ha tenido efectos devastadores para la humanidad. Los ignorantes no solo son mayoría: gobiernan, dirigen, opinan, predican y legislan.

TEMAS -

Abogado, ensayista, académico, editor.