×
Versión Impresa
versión impresa
Secciones
Última Hora
Podcasts
Encuestas
Servicios
Plaza Libre
Efemérides
Cumpleaños
RSS
Juegos
Herramientas
Más
Contáctanos
Sobre Diario Libre
Aviso Legal
Redes Sociales

De Washington a Punta Cana: una pausa estratégica para las Américas

La diplomacia no compite con el caos: lo desactiva con orden. La República Dominicana entendió el signo del tiempo: no hay diálogo posible cuando las potencias hablan en distinto idioma, ni multilateralismo viable sin confianza mutua.

Expandir imagen
De Washington a Punta Cana: una pausa estratégica para las Américas

De Punta Cana a Las Américas, el eco del silencio viajó más rápido que el comunicado. La República Dominicana decidió detener la música antes de que el concierto hemisférico se tornara disonante.

La posposición de la Décima Cumbre de las Américas, prevista para celebrarse en Punta Cana, no fue una retirada ni un gesto improvisado. Fue una lectura estratégica del momento político más enredado que ha vivido la región en las últimas dos décadas: un tiempo en que cada país toca su propia partitura y nadie logra afinar el conjunto.

El silencio, en este caso, fue una decisión bien calculada.

Todo apunta a que el Gobierno dominicano no actuó en solitario ni en forma apresurada. Poco después, Marco Rubio agradeció al presidente Abinader su liderazgo y confirmó el respaldo de Washington a la posposición de la Cumbre.

La prudencia, quedó claro, fue una decisión compartida.

El consenso era inequívoco: el continente no ofrecía condiciones mínimas para un diálogo productivo.

Convocar a los jefes de Estado en medio de tensiones crecientes -entre Estados Unidos y Venezuela, entre gobiernos progresistas y conservadores, entre los propios organismos multilaterales- habría producido más ruido que resultados.

En diplomacia, la peor música es la que se toca sin partitura.

Ningún anfitrión sensato busca una cumbre de ausencias.

El comunicado oficial lo insinúa con elegancia, pero no lo dice todo.

La posposición no responde a razones logísticas ni climáticas, sino a una crisis de legitimidad política del sistema interamericano.

Las Américas están hoy divididas no solo por ideologías, sino por relatos irreconciliables: unos hablan de democracia liberal, otros de soberanía popular; unos denuncian sanciones, otros las consideran un instrumento legítimo.

En ese contexto, la Cumbre corría el riesgo de convertirse en un escenario de recriminaciones cruzadas.

La decisión dominicana no buscó evitar un conflicto local, sino prevenir un colapso diplomático continental.

Cuando la prudencia se convierte en noticia, es porque la armonía se ha perdido.

Detrás de la pausa hay algo más que prudencia: poder bien administrado.

Vista desde una perspectiva geopolítica, la decisión refleja el desplazamiento del poder real en el hemisferio.

Estados Unidos intenta recomponer su influencia mientras enfrenta un mundo multipolar; China y Rusia amplían su presencia económica y militar en América Latina; y el Caribe, tradicionalmente periférico, se ha convertido en un espacio de maniobra y disputa.

Parafraseando a Juan Bosch, el Caribe dejó de ser frontera y se convirtió en escenario.

En esa nueva geografía del poder, la República Dominicana no busca figurar: busca incidir. No solo suspendió una cumbre: evitó quedar atrapada en una pugna de legitimidades.

En medio de una fractura más que ideológica, estratégica, la pregunta clave ahora es: ¿quién dominará el relato de América en el nuevo orden mundial?

Esa pregunta -que ninguna cumbre podría responder hoy- explica el silencio dominicano mejor que cualquier comunicado.

Y mientras tanto, Washington volvió a moverse. Todos los medios han reportado el despliegue de fuerzas navales que, en los hechos, cercan a Venezuela, una señal inequívoca de que ha endurecido su estrategia de presión en el Caribe.

Los "think tanks" de Washington -el Center for Strategic and International Studies (CSIS) y el Stimson Center- han interpretado esos movimientos como parte de una "escalada contenida" frente al régimen de Nicolás Maduro.

Sus análisis sugieren que el lenguaje de cooperación hemisférica se está desplazando nuevamente hacia una lógica de seguridad, y que la retórica de "restaurar la democracia en Venezuela" vuelve a ocupar el centro del discurso estadounidense.

En ese contexto, una Cumbre de las Américas habría quedado aún más subordinada a la agenda de política exterior de Estados Unidos, no a una agenda regional compartida. Ningún país con sentido de Estado se presta a escenificar una fractura que otros protagonizan.

La decisión dominicana no fue solo compartida: fue interpretada con lucidez. Más que celebrar un acuerdo, expresó una lectura estratégica del hemisferio.

Las Cumbres de las Américas nacieron en los noventa, bajo la convicción -hoy debilitada- de que el consenso liberal y el libre comercio consolidarían la democracia hemisférica. Hoy, ese lenguaje está erosionado.

América Latina oscila entre la tentación autoritaria y el cansancio democrático.

Estados Unidos, enfrascado en sus propias transformaciones internas, ya no convoca con la misma fuerza, aunque sigue marcando el tono.

Y los organismos multilaterales, debilitados, sobreviven entre la formalidad y la irrelevancia.

Como he sostenido en otros análisis, el poder ya no reside exclusivamente en imponer, sino en gestionar inteligentemente las interdependencias.

Posponer la Cumbre es reconocer lo que muchos sabían, pero nadie decía: que el continente necesita un nuevo lenguaje político, más realista y menos retórico.

Punta Cana estaba lista: logística impecable, apoyo internacional y una agenda centrada en la "seguridad humana" -energía, agua, alimentación y seguridad ciudadana.

Todo eso sigue en pie. Solo se aplaza.

El intervalo puede ser fértil si se usa para repensar la conversación hemisférica, no para congelarla.

La República Dominicana tiene ahora la oportunidad de tejer puentes discretos, convocar diálogos técnicos y reconstruir confianza antes del reencuentro formal.

Una pausa solo es útil si prepara la próxima nota.

La diplomacia no compite con el caos: lo desactiva con orden.

La República Dominicana entendió el signo del tiempo: no hay diálogo posible cuando las potencias hablan en distinto idioma, ni multilateralismo viable sin confianza mutua.

La diplomacia, como la música, no se mide por la intensidad del sonido, sino por la inteligencia del silencio.

Punta Cana supo callar a tiempo para que las Américas puedan volver a escucharse.

Y en diplomacia, ese silencio -cuando es consciente- también es liderazgo


TEMAS -

Nelson Espinal Báez Associate MIT - Harvard Public Disputes Program at Harvard Law School. Presidente Cambridge International Consulting.