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Qué antiguo puede llegar a ser el futuro

Por qué las viejas ideas son nuestro mejor antídoto

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Qué antiguo puede llegar a ser el futuro (SHUTTERSTOCK)

El título de este artículo sale del maravilloso libro El infinito en un junco de la renombrada escritora española Irene Vallejo, quien estuvo esta semana en el país invitada por la Universidad APEC, con la colaboración de la Fundación René del Risco Bermúdez-Mar de Palabras y el Centro León. La autora usa esa frase al momento de comentar las críticas que ciertos círculos de opinión formularon cuando se le otorgó el Premio Nóbel de Literatura en 2016 al cantautor Bob Dylan, de quien el Comité Noruego del Nóbel destacó "haber creado nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción estadounidense". Según esas críticas, un autor de canciones, género en el que la oralidad constituye un elemento distintivo, no merece recibir un Premio Nóbel a la par de los grandes escritores de novelas, cuentos y poesía. 

Esa controversia hizo que Irene Vallejo recordara que las dos grandes obras fundantes de la literatura occidental, La Ilíada y La Odisea, atribuidas a Homero, se crearon en una época cuando no había escritura, por lo que fueron obras orales, que pasaron, no se sabe por cuánto tiempo, de generación en generación, hasta que finalmente pudieron plasmarse en textos escritos. Homero pudo muy bien ser una de esas tantas personas que recibió de otros esos dos grandes poemas épicos, los recitó y eventualmente los plasmó en textos escritos que han perdurado y seguirán perdurando por los siglos de los siglos. En cualquier caso, la reflexión de Vallejo está encaminada a mostrar cómo el pasado, por remoto que sea, reaparece y puede ser relevante para las experiencias presentes y futuras. Su más reciente artículo en el periódico El País, titulado Perra, es otro interesante ejemplo que ilustra esta manera de pensar de la autora, en el que ella reflexiona sobre la relación de la mujer con el trabajo y la vida fuera del hogar en el pensamiento clásico y la sociedad griega cuatro o cinco siglos a. C.

Aunque parezca una extrapolación forzada, esta idea o intuición ilustrada de la autora sobre el pasado es perfectamente aplicable a la política, el ejercicio del poder y la vida del Estado. Muchos de los temas que hoy tienen una gran relevancia en los debates políticos en Estados Unidos, Europa y América Latina, entre otros lugares, obligan a ver hacia atrás, a descifrar los problemas y los dilemas que enfrentaron otros en épocas remotas para descifrar cuán relevantes sus ideas pueden ser para el presente y el futuro. 

Si bien podría pensarse que ante los nuevos desafíos políticos -polarización extrema, políticas de exclusión, negación de derechos a ciertos grupos sociales, redefinición de las relaciones de poder- se requiere conceptos totalmente nuevos, lo cierto es que las ideas que se forjaron desde el siglo XIV en adelante, especialmente durante los siglos XVI y XVII, sobre las personas y sus derechos y sobre el Estado y el ejercicio del poder, tienen una frescura y una pertinencia verdaderamente impresionantes. Por ejemplo, ante los escenarios de arbitrariedad estatal contra ciertas categorías de personas que tienen lugar en diferentes lugares -apresamientos sin orden judicial, encarcelamientos indefinidos sin derecho a juicio, maltrato físico y psicológico-, recobra vigencia el aporte sustantivo de la Ley de Westminster de 1354 que articuló el concepto de debido proceso cuando, por la razón que fuese, el Estado procura privar a una persona de su libertad, su propiedad y su propia vida. Es como si estuviésemos recreando los debates que se dieron siete u ocho siglos atrás sobre la condición humana y los límites del poder.

Algo similar ocurre cuando vemos cómo ha tomado fuerza en diferentes contextos una tendencia hacia la concentración del poder en manos del Ejecutivo en detrimento de otras ramas del gobierno. Sobre esto, las ideas de John Locke (siglo XVII) sobre la primacía de la libertad y sobre la limitación y la división del poder para evitar el despotismo parecen escritas en el tiempo presente. Lo mismo puede decirse sobre Montesquieu (siglo XVIII) y su genial idea de que el poder frene al poder, base de la teoría de los frenos y contrapesos, o sobre James Madison (siglo XVIII) y sus reflexiones sobre la naturaleza humana y sobre el carácter y la dinámica del poder, el cual, si no se le frena, tiende por su propia lógica a extralimitarse.

Esas ideas, así como las de otros autores que en siglos pasados reflexionaron sobre los derechos de las personas, la libertad de prensa, el valor del pluralismo político, la independencia judicial y los riesgos de un ejercicio del poder sin contrapesos, forman un marco conceptual que, aunque articulado en otros tiempos mientras se construía poco a poco el pensamiento liberal-democrático, sigue siendo válido tanto para dar respuestas a las amenazas autoritarias del presente como para avanzar hacia el futuro. Ante el espejismo, una vez más, de que la forma autoritaria del poder es más eficaz, hay que volver a esos gigantes del pensamiento liberal y redescubrir su pertinencia y su frescura.

Tiene razón, pues, Irene Vallejo cuando habla metafóricamente de cuán antiguo puede llegar a ser el futuro. Ella aplicó esa imagen a la literatura para mostrar que la oralidad que el Comité del Nóbel reconoció en la obra de Bob Dylan, lo que dio lugar a críticas y controversias, conecta con la más antigua tradición literaria occidental que dejó dos de las más importantes obras de todos los tiempos. Del mismo modo, las ideas de aquellos pensadores políticos, quienes siglos atrás sentaron las bases de la libertad individual, los derechos de las personas, la división y la limitación del poder y los frenos y contrapesos como antídotos contra el despotismo, siguen siendo tan relevantes hoy como ayer y lo seguirán siendo en el futuro que se abre paso día tras día. 

     
TEMAS -

Abogado y profesor de Derecho Constitucional de la PUCMM. Es egresado de la Escuela de Derecho de esta universidad, con una maestría de la Universidad de Essex, Inglaterra, y un doctorado de la Universidad de Virginia, Estados Unidos. Socio gerente FDE Legal.