Por el rescate de la educación cívica, moral y ética (3/3)
La educación cívica es el motor olvidado del progreso democrático
Desde la década de los 90s del siglo XX, algunos países y organismos internacionales han encaminado esfuerzos para rescatar del olvido las preocupaciones en torno a la gobernabilidad democrática, ante la creciente conflictividad y pérdida de cohesión social en las sociedades postmodernas y la necesidad de que los estados se enfoquen en la formación de los ciudadanos para la preservación de los avances democráticos.
La democracia está pasando por momentos difíciles en casi todo el mundo. Entre el fracaso de la economía para crear bienestar, la pérdida de confianza y el crecimiento de la inseguridad ciudadana, muchos pueblos se debaten entre opciones políticas ineficaces, siendo el fracaso de los sistemas educativos una variable común.
Se impone la necesidad de que la escuela recupere su función como responsable de la formación cívica, ética y moral, sin la que ninguna civilización humana se ha desarrollado. Aunque muchos están de acuerdo, no hay consenso sobre el lugar y el peso que debe ocupar esta función en el currículo, ni en cuáles son las metodologías eficaces para lograr cambios en las actitudes y comportamientos del personal educativo y de los alumnos.
La República Dominicana, no solo ha descuidado la formación integral de la ciudadanía, la moral y la ética, ningún área de estudios muestra un avance sustancial en el aprendizaje. Todos los esfuerzos de mejoría de la calidad se han estrellado contra un sistema que intenta que los alumnos aprendan sin cambiar la cultura del centro educativo, de los directivos nacionales y locales, de los docentes, sin cambiar el paradigma de gobernabilidad que ha condenado a la educación pública a ocupar uno de los últimos lugares del mundo en calidad.
Es necesario romper el círculo vicioso de fracasos, justificados en circunstancias pasadas o en aspectos materiales, justamente cuando hay más recursos. Un nuevo pacto o declaratoria de compromisos no inspira confianza, a menos que incluya una ruptura del actual esquema de funcionamiento de la educación pública, en el que hacer las cosas bien o mal tiene la misma consecuencia. No todo el mundo hace las cosas mal, hay muchos ejemplos de trabajo comprometido, efectivo y con mística que se pueden emular. Pero no son suficientes para enfrentar a los intereses que han secuestrado a la educación pública dominicana.
La virtud número uno que al Estado le toca desarrollar es la voluntad, expresada en decisiones que potencialicen el espíritu de superación del pueblo, que logren encender la chispa, la pasión por el progreso que caracteriza a los humanos, elevar la conciencia colectiva, despertar ese ingrediente mágico que hace que lo imposible sea posible. El pueblo dominicano es capaz de avanzar, es resiliente, muestra entusiasmo y competencia en muchos aspectos, entre los que se destacan su identidad nacional, defensa de sus valores patrios, los deportes, el arte, el aprovechamiento de oportunidades. Un fuerte liderazgo por el rescate del civismo, la moral y la ética es fundamental para encender esa chispa y lograr que millones de luces se enciendan y se manifiesten en acciones creativas decididas a superar las debilidades.
Mas que una o varias materias de formación cívica, moral y ética, llenas de teorizaciones de escasa efectividad, abogamos por un programa nacional que involucre al sistema educativo en todos sus niveles, incluyendo a las autoridades, las escuelas y comunidades, junto a los alumnos, en el aprendizaje y la práctica de una selección de virtudes y valores que respondan a las más urgentes necesidades nacionales y locales.
La selección de competencias, virtudes, valores y hábitos, debe ser distribuida a lo largo de los diferentes niveles y grados mediante una estrategia de crecimiento, tanto horizontal como vertical, que estimule, no solo el aprendizaje creciente en complejidad, sino la elevación de la conciencia, mediante la práctica del servicio social y el logro de resultados colectivos. Sin una propuesta pedagógica, filosófica y sociológica, basada en la solución de problemas reales, es muy difícil educar en ciudadanía, moral o ética.
La materia Formación Integral, Humana y Religiosa necesita una transformación total, hacer otro diseño desde cero, a partir de una concepción que conecte los objetivos, contenidos y métodos en un sistema de fines que trascienda lo utilitario y lo individual y eleve a los seres humanos que queremos formar. Recomendamos orientarla a los fundamentos de la moral, la ética y la ciudadanía, apoyado y enfocado en un programa de acción escolar que convierta a la escuela en un faro de luz.
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