Candado constitucional
Luis Abinader se niega a seguir la senda del caudillismo
"A mí no me gusta la reelección, creo que las democracias se sostienen sobre instituciones, no sobre personas. Ese es uno de los problemas más graves que ha tenido América Latina, el caudillismo. Hay que fortalecer las instituciones, no generar caudillos que a la larga resultan contraproducentes.”
Así se expresó Juan Manuel Santos, expresidente de Colombia, con motivo de los intentos que hace el gobierno de Gustavo Petro para modificar la constitución de su país y permitir la reelección.
El caudillismo representa un peligro serio para un país democrático. Concentra el poder en una sola persona, o en un grupo reducido, debilita las instituciones y erosiona los principios fundamentales de la democracia.
Esa es la visión que ha prevalecido en el presidente Luis Abinader al proponer modificar nuestra constitución, muchas veces vapuleada por políticos que, mediante subterfugios y trapisondas, han querido valerse del poder que detentan en ese momento para realizar cambios constitucionales que les benefician en sus ambiciones caudillistas.
La Asamblea Nacional Revisora modificó el artículo 268, que protege la forma de gobierno civil, republicano, democrático y representativo contra cambios futuros, haciéndola más amplia y restringiendo aún más el poder constitucional ordinario.
Desde la primera Carta Magna, firmada en San Cristóbal el 6 de noviembre de 1844, las cuatro últimas reformas de la etapa contemporánea, en 1994, 2002, 2010 y 2015, se originaron con un mismo propósito: la reelección presidencial.
Con la reciente modificación, se dificulta en grado extremo el aprovecharse del poder para modificar la Carta Magna en beneficio propio.
Así se están evitando graves males a la democracia dominicana, al mismo tiempo que se fortalecen las instituciones democráticas como el Congreso, el Poder Judicial y los organismos de control, que suelen ser de los primeros en ser debilitados por el caudillismo, el cual al desajustarlos consigue que el sistema sea menos democrático.
Es de justicia resaltar que el presidente Abinader, quien realizó un primer período de gobierno reconocido como bastante bueno, especialmente considerando la situación heredada del gobierno anterior y la presencia de la epidemia de COVID, que sumió al país en una paralización casi total, logró con trabajo y tacto recuperar la economía y dinamizar sectores vitales como el turismo y la zona franca.
Es indudable que los votantes apreciaron lo realizado por Abinader en sus primeros cuatro años y lo eligieron nuevamente, en esta ocasión con una votación abrumadora, de tal manera que su partido obtuvo el control de la mayoría de los ayuntamientos del país y de las dos cámaras del Congreso Nacional, con una mayoría calificada que le permite aprobar cualquier instrumento o documento, sea ley, contrato o de cualquier otra naturaleza, sin tener que acudir a la oposición y sin ningún problema.
Con ese cuadro de poder en sus manos, el presidente Abinader, si hubiese querido, podría haber modificado la constitución a su favor y permitido su repostulación para un tercer período de gobierno. Pero no lo hizo. Y conste que no faltaron áulicos que le susurraron al oído hacer lo que él no quiso hacer.
De hacerlo, hubiera caído en el caudillismo, concentrando en su figura el poder. Al ejercer una gran influencia sobre las instituciones, su liderazgo hubiera sido autoritario, presentándose como un “salvador” que utiliza su carisma y control para ejercer un gobierno de fuerza.
Con buen juicio, Abinader decidió recurrir a su formación de demócrata de primer rango y modificar la constitución para evitar, hasta donde es posible, que quienes vengan después de él se aventuren en la búsqueda del poder sin límite de tiempo.
¡Enhorabuena!