¡Andarás!
Apología ontológica del calzado

Una de las más sobresalientes facultades que distingue a los humanos del resto de las especies vivientes es su capacidad de accesorizarse.
Cómo empezó a diferenciarse y usar el medio natural para su supervivencia, utilidad, dominio o deleite, intuimos que será un nunca concluyente debate, una encrucijada en la que estarán siempre presentes la espiritualidad, el sustrato divino inmanente en todos nosotros y las leyes físicas y teorías evolutivas de la ciencia.
Lo cierto es que el prodigioso logro de erguirnos, ascender como simples cuadrúpedos a seres erectos, bípedos -dejando libres las antes patas delanteras en extremidades libres, para gradualmente, con las ya entonces manos ir mejorando nuestras existencias y también modificando lo que nos rodea- podemos considerarlo como la inflexión que determinó la raza humana, los homínidos, de las que por alguna razón prevaleció esta que hemos llamados sapiens.
A partir de tal ´turn´ o giro evolutivo ¿creacionista? empezamos a vestirnos, conforme al clima, a nuestras necesidades y comodidad hasta llegar a sofisticadas cotas en que nuestras vestimentas cumplen con más complejos procesos sociales y psicológicos, de agrado, de exaltación de jerarquías y del juego de las comparaciones que desde hace siglos dictan las usanzas y modas.
Figura entre los aditamentos esenciales, desde el inicio mismo de la humanidad el calzado, el primer instrumento que nos separó a los humanos del ineludible contacto directo que la gravedad terrestre nos impone con su superficie, aliviando o mejorando nuestra capacidad de lidiar con suelos escabrosos, rocosos, desérticas ardientes arenas, hielos y nieve congelantes, selvas agresivas, humedales y aguas inamistosas, por las que nuestros pies fueron moderando su forma y las plantas de estos, requiriendo de menos en menos los revestimientos de piel o ´cachaza´ con que nuestro cuerpo engrosaba estos, para hacer posible o mejorar la necesaria movilidad que signa nuestra supervivencia.
Con pieles de animales cazados y consumidos como alimento empezamos pues, a elaborar rudimentarios calzados.
El prolongado, difícil paso, de grupos cazadores y recolectores a primigenias sociedades de cultivo y crianza de animales, asentadas y cada vez más organizadas, fue transformando los imprescindibles ropajes para enfrentar frío, medios agrestes y hábitats diversos en indumentarias que añadían belleza, trocando la necesidad de vestir en cada vez más refinadas, estéticas indumentarias, conforme nuestras habilidades artesanales y sentido de la belleza tomaban forma en nuestro camino existencial como especie.
El calzado, la vestidura de nuestros pies, fue parte de estos civilizatorios cambios, que a lo largo de milenios han provisto protección, utilidad, comodidad, seguridad, hermosura, aprecio y distinción, en las miles de variedades, usos y formas que hombres y mujeres hemos dado, para dar cimiento y sustentación a nuestra erecta condición de bípedos inteligentes.
Hemos unido inextricablemente la cobertura de nuestros pies a los infinitos ornamentos femeninos y masculinos, con que expresamos personalidad, tal vez carácter, gusto, distinción y hasta sutiles sugerencias o llamados al otro sexo, creando y favoreciendo interminablemente una extraordinaria industria que, por milenios incontables fuera artesanal y en las últimas dos centurias, cada vez más automatizada, promoviendo tendencias de modas que ofertan y seducen con atractivos modelos ´originales´, haciéndonos creer diferentes, individuales y quizá únicos, a los cientos de millones que paradójicamente terminamos usando lo mismo.
Los calzados que más han resistido la prueba de milenios y mejor permanecido "en moda" desde sus remotos orígenes hasta hoy día son las sandalias, tal vez porque el tiempo las ha demostrado cómodas, seguras y en muchos casos prácticas, no exentas de belleza, amistosas para la salud y ventilación del pie, con sus visibles, reveladoras y sugerentes cintas, correines y cordones sujetadores que permiten mostrarlo casi enteramente, propiciando admiración estética y hasta curiosas inclinaciones como el llamado ´fetichismo del pie´.
Mencionadas infinitamente en la literatura y hasta en nuestro libro mayor, la Biblia, son causa de la ceguera de Edipo en la tragedia clásica de Sófocles, y objeto de la recomendación de Jesús a sus discípulos cuando no fueren bien recibidos, al llevar las Buenas Nuevas en algún pueblo, instándolos a sacudir sus sandalias al salir de él.
Pero también, en la línea de nuestro progreso hacia el dominio del entorno y nuestras limitaciones físicas, hemos creado toda una pléyade de andaduras: los calzados para la construcción, con interior casquete de acero en sus puntas para proteger nuestros pies, botas para remontar ríos y selvas, seguros de no ser víctimas de algún ofidio con mordedura venenosa, zapatos para pisar firme en la nieve, el hielo o superficies resbaladizas, zapatillas para facilitar el mágico desafío a la gravedad en hermosísimos, deslumbrantes giros y saltos artísticos de las exquisitas ballerinas; ortopédicos, para corregir alguna anormalidad o molestia a nuestros pies, tobillos o piernas, livianos de engomados o ´tenis´, para juegos de cancha, numerosos deportes o simplemente ejercitarnos; con ´clavos´ para el béisbol, calcetas para bailar con agilidad y donaire; taconeados, para el zapateo flamenco, el jarabe tapatío o en los golpecillos de suela del carabiné dominicano; con tacones altos y gruesos, o finos como aguja, para distinguir la presencia o elevar la vertical humanidad de la mujer.
En suma, las centenares de imprescindibles, exquisitas y útiles variedades ya no de aditamentos, sino parte o extensión misma de nosotros, vestiduras de nuestros pedestres apéndices, con casi innumerables formas, colores y usos, empleados por la mayoría de los ocho mil millones de pares de pies que pueblan la Tierra, seguirán siendo pieza central de utilidad, confort, decoro y vanidad por toda la humanidad.
Continuemos pues en nuestro discurrir, apoyándonos en tan necesario e importante medio para movernos y valernos, al tiempo que para consentir el gusto de nuestros egos.
Y para finalizar, a quien no le guste o no entienda el pensar, opinar, actuar, sentir o vestir, de algún otro de nuestros congéneres, apliquemos –sin aranceles- la recomendación del milenario proverbio chino: Que se ponga sus zapatos y camine con ellos una legua.
Feliz caminata.