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Con Mario Vargas Llosa, cerca y lejos

De la ovación al desencuentro, Vargas Llosa y la República Dominicana

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Con Mario Vargas Llosa, cerca y lejos
Mario Vargas Llosa recibió el Doctorado Honoris Causa de la Universidad APEC en 2011. (FUENTE EXTERNA)

La noche del 28 de diciembre de 2011, en mi condición de rector de la Universidad APEC, presidí la ceremonia de investidura del Doctorado Honoris Causa a Mario Vargas Llosa, en la Sala Máximo Avilés Blonda del Palacio de Bellas Artes.

Las instancias universitarias aprobaron por unanimidad mi propuesta, lo cual comuniqué de inmediato al homenajeado mediante carta del 27 de abril de ese año. Él respondió el 23 de mayo desde su residencia madrileña, agradeciendo "conmovido" la distinción y agregando: "Desde hace muchos años tengo un especial afecto por la República Dominicana, y esa es una razón más para que esta distinción me llene de alegría." Me informó que era muy probable que a fin de año viniera con su familia "a pasar unas cortas vacaciones", y que "esa podría ser, tal vez, una buena ocasión para la ceremonia académica". Más adelante, convenimos celebrarla en la fecha indicada.

Ese fue el último de varios reconocimientos a personalidades de altísimo perfil que promoví durante mis años como rector, convencido de que ello se inscribía en la mejor tradición universitaria y, de paso, lustraba la imagen institucional, incluso la nacional. Último, porque el 21 de diciembre de 2011 fui seleccionado para integrar el Tribunal Constitucional, y, por tanto, debía abandonar la universidad a la que había dedicado mis últimos once años.

El discurso de orden, a mi cargo —publicado luego en mi libro En la universidad (2014), bajo el título "Con Mario Vargas Llosa, celebración de la libertad y de la democracia"—, además de justo con los méritos del homenajeado, giró en torno a ideas que había expresado en múltiples ocasiones: el enorme cambio experimentado por nuestro país en los cincuenta años posteriores al ajusticiamiento de Trujillo. Fue la antesala para que Vargas Llosa —cercano, cálido, entrañable— reiterara su aprecio y admiración hacia nuestro país.

Hurgando en el baúl de sus recuerdos, evocó que sus vínculos con los dominicanos se remontaban a 1974, y recordó cómo, en sus muchas visitas desde entonces, había vivido "esa experiencia que ha sintetizado magistralmente el rector de la universidad". A lo que agregó: "Magnífica pieza oratoria [...], que no tiene nada de lo convencional y lo banal que suelen ser los discursos de las ceremonias académicas; discurso lleno de ideas, de hondura, de franqueza y, sobre todo, de verdad." Luego afirmó: "Usted lo ha dicho, rector", y desde ahí hilvanó —siempre encomiástico— una reflexión sobre el tránsito positivo de la dictadura a la democracia. Afirmó que, habiendo experimentado "una de las vivencias más atroces" de Latinoamérica, lejos de destruir "el espíritu de esta sociedad", dicha experiencia lo templó y enriqueció. Y añadió: "La prueba —y usted lo ha reseñado con tanta autenticidad— es esa extraordinaria transformación de la República Dominicana en los cincuenta años que han transcurrido desde el ajusticiamiento del tirano." Ofreció, además, su testimonio sobre cómo nos fuimos "transformando", "modernizando", "abriendo al mundo", y, sobre todo, cómo la libertad fue enraizándose en nuestra vida nacional —política, económica y culturalmente—, para concluir que es "una de las experiencias más estimulantes, más felices, más alentadoras que haya vivido América Latina en el último medio siglo, una experiencia que habría que dar a conocer, sobre todo para mostrar [...] cómo es posible combatir el subdesarrollo, [...] dejar atrás el autoritarismo, [...] construir instituciones y [...] convivir en la diversidad, cómo la libertad, entendida de manera integral, tanto en el campo político como en el económico y en el cultural, puede hacer que una sociedad progrese, se modernice y queme etapas."

Terminada la ceremonia, bajamos al Salón de los Espejos para un brindis en honor del homenajeado. En un ambiente distendido e informal, pudo compartir con sus amigos y con parte del público que, contra todo pronóstico, colmó la sala aquella noche.

Fue, sin más, una jornada memorable, de esas que te marcan la existencia; una "para recordar siempre en tu biografía", me diría César Pina —querido y admirado amigo— en una sorpresiva, breve e inolvidable nota en las horas finales de aquel año.

Al final de esa noche, los Vargas Llosa regresaron a Juan Dolio, donde pasaban las fiestas, y yo jamás volví a compartir con el insigne intelectual.

El 2 de noviembre de 2013, poco menos de dos años después, nos sorprendió con aquella andanada que fue su artículo Los parias del Caribe, con la que, quiérase o no, quebró su relación con una parte sustancial de nuestra sociedad —que no con todos, ya lo sé—, vínculo que no pudo restablecerse. Equívoco grave, que impuso —para la mayoría de los dominicanos— una distancia ya irreparable.

Yo, que como juez constitucional había firmado esa sentencia —y, por cierto, la volvería a firmar, acaso ahora con más convicción que entonces—, tomé partido y, aunque no emití, como correspondía, pronunciamientos públicos al respecto, promoví y coordiné una obra: La sentencia 168-13. Antología de una defensa esencial, publicada por el Tribunal Constitucional en noviembre de 2014, que recoge buena parte de las reacciones contra las imprecaciones —entre ellas, por supuesto, aquel lamentable artículo suyo— dirigidas a la sentencia, al Tribunal y al país.

Eso, sin embargo, no impide que, en esta hora, reitere el reconocimiento de aquella noche a su extraordinaria estirpe como intelectual y escritor, a la dimensión monumental de su obra, a su condición de cumbre de la literatura universal.

TEMAS -

Ex rector universitario, Juez Emérito del Tribunal Constitucional.