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Margarita Ruiz Bergés, O.P., en ocasión de su encuentro con el Creador

La mujer que predicó con sonrisas y sembró esperanza

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Margarita Ruiz Bergés, O.P., en ocasión de su encuentro con el Creador
Imagen ilustrativa. Margarita Ruiz Bergés convirtió su vida en una canción de amor. (SHUTTERSTOCK)

Hay vidas que, aún en el silencio, regalan melodías. Hay existencias que se viven como oración... y otras que se vivieron como una hermosa canción.

Hoy, rendimos homenaje a una niña mujer consagrada, una hija de Dios que encontró su vocación durante su más tierna infancia, pronunciando su "sí" con la inocencia de quien apenas empieza a vivir, pero que ya sabe lo que quiere amar: ¡Margarita Ruiz Bergés, nuestra tan querida tía Margot, Margotica y, para otros, Sister María Teresa, quien hizo de su vida una canción!

Fue la menor de su familia, pero desde temprano supo -con claridad desarmante- que había nacido para orar, para aprender, para enseñar, para estar y, más que todo, para cuidar del desprotegido y convertirse en su voz.

Pertenecer a la Orden de los Dominicos, esa gran escuela de fe y pensamiento, significó para ella vivir bajo los pilares que la sostuvieron hasta el final: la oración; el estudio constante de la Palabra y del mundo; la pobreza evangélica, abrazada con dignidad y alegría; la comunidad fraterna, y la predicación del Evangelio, con palabra y acción.

Sabía estar sin imponerse. Escuchar sin interrumpir. Acompañar sin exigir. Y en su habitación -que fue celda y templo- siempre hubo un espacio para un pensamiento por los demás, para esa búsqueda constante del conocimiento y, naturalmente... para la verdad.

Y en los momentos difíciles, cuando vencidos o confundidos algunos, ella -sin levantar la voz- asumía el liderazgo con valentía, rigor y empatía, marcando el rumbo, levantando la esperanza.

A través de la música, los saberes y el ejemplo, sembró compromiso y responsabilidad en generaciones jóvenes que hoy, convertidas en mujeres -que nos reconocemos como mejores personas gracias a ella- aún la recordamos entre las aulas del Colegio Santo Domingo y en cada acto de bien de nuestras vidas. ¡Yo soy una de ellas!

Tan joven, tan linda, tan alegre, que muchas veces se confundía con sus propias alumnas. Y quizás por eso la amamos tanto: porque nunca enseñó desde arriba, sino desde el lado, como quien camina junto a ti. Para Sister María Teresa, fuimos sus "corazonas"!

Fue monja, sí. Pero también fue pueblo y esperanza. Su espiritualidad, inspirada en la Teología de la Liberación, le enseñó a no temer al compromiso ni al dolor de los demás.

Predicó el bien desde el monasterio, desde el aula, desde el barrio, el campo, la pobreza, el silencio... siempre con una sonrisa desbordante que se llevó a la eternidad.

Fue dominicana, sí. Y siempre optó por la dignidad de los pobres de su tierra, nuestra República Dominicana, y por tantos aborígenes esparcidos por las Américas; por el lugar justo y luminoso de la mujer en la Iglesia y en la sociedad; y por esa naturaleza que nos cobija y que siempre llamó "el gran hogar". Eso, también, es eternidad.

Y cuando su cuerpo empezó a debilitarse, fue tía Teté, su hermana mayor -también monja, también consagrada-, quien asumió el sagrado acto de acompañarla hasta el final. Con paciencia, con ternura, con la fe que todo lo sostiene, como hizo también con sus padres y con cada uno de sus hermanos.

Tía Teté nació para servir.

Por ello, este homenaje es doble: a la que ya descansa en la luz, y a la que camina junto a nosotros con la misma fuerza interior, la misma vocación, el mismo amor.

A ti, tía Teté, te damos gracias en vida. Por estar. Por quedarte. Por amar sin medida.

Y a ti, tía Margot, te agradecemos el canto que sembraste y la fe con la que enseñaste que el amor nunca se retira: solo cambia de forma... quizás celestial.

Y si alguna vez Santo Domingo de Guzmán dijo: "El trigo que se amontona se corrompe, pero el trigo que se esparce fructifica", hoy sabemos que ese fue tu destino: esparcirte en dones y virtudes, y ahora, en el cielo, seguir sembrando donde ya no hay dolor... solo plenitud.

En nombre de tía Teté y de los sobrinos Altagracia, Fernando, Lourdes, y Margarita Ruiz Bergés, de Vicky, Huguito y María Teresa Ruiz Lora, y de Ilka y Kim Ruiz Quiñones, más todos los sobrinos nietos que la adoraron, queremos y debemos dar gracias a la Comunidad de las Hermanas Dominicas de Siena High, Adrian, Michigan, su hogar, su familia, su abrazo.

Gracias a las que caminaron junto a ella durante tantas décadas y a las que estuvieron junto a su lecho, cuidando su cuerpo con delicadeza y preparando su alma. En su entrega se cumplió, una vez más, la promesa del carisma dominico: servir hasta el final, acompañar hasta la eternidad.

Y gracias por acoger, en ese hermoso cementerio de silenciosos laberintos y humildes cipreses, los restos de quien en vida solo supo sembrar amor.

¡Que canten junto a ella todos los coros celestiales!

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