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El "tercer país" de la isla: la frontera dominico-haitiana y su realidad olvidada

En la frontera entre Haití y República Dominicana no existe una línea divisoria: existe una nación invisible, sin gobierno, sin derechos, pero con vida propia. Este espacio híbrido, a medio camino entre el abandono estatal y la economía de subsistencia, merece ser comprendido, no reprimido.

En el discurso oficial, la frontera entre Haití y la República Dominicana es un límite. Una raya que marca el final de un país y el inicio de otro. Pero en la práctica, lo que existe allí es algo mucho más complejo: una franja viva, transnacional, autónoma y olvidada que podría describirse como un "tercer país", sin bandera ni instituciones, pero con su propia lógica de supervivencia.

Economía informal, pero indispensable

Cada semana, miles de comerciantes cruzan la línea entre Dajabón y Ouanaminthe, Jimaní y Malpasse, Elías Piña y Belladère. Allí, el Estado apenas llega, pero la vida económica florece. Sin factura ni aduana, pero con disciplina y urgencia. Los mercados binacionales, ese sistema paralelo de comercio informal, sostienen miles de hogares a ambos lados.

Del lado dominicano, se venden arroz, huevos, ropa usada, medicinas y materiales de construcción. Del lado haitiano, se ofrece carbón vegetal, textiles y sobre todo mano de obra. El trueque, el efectivo y los acuerdos comunitarios reemplazan las normas fiscales. Se habla en español, en creol o en una mezcla de ambos. Es un comercio desregulado, sí. Pero también es el único ingreso seguro para miles de familias.

Legalidad ambigua, ciudadanía precaria

En esta frontera, la ley no es una garantía. Es una frontera de invisibles. Cientos de miles de haitianos residen en República Dominicana sin documentos. Algunos han nacido allí, pero no son reconocidos ni por Haití ni por el Estado dominicano. Lo mismo ocurre con muchos dominicanos de zonas fronterizas, sin actas de nacimiento o con errores legales que los marginan del sistema formal.

Los hijos de familias mixtas —dominicano y haitiana— muchas veces no pueden ser inscritos en el registro civil. Sin papeles, no hay salud, ni escuela, ni trabajo. La apatridia se ha vuelto una realidad cotidiana. Y sin identidad legal, nadie los defiende.

Una comunidad, no una amenaza

Pese al discurso político, la frontera no es un campo de batalla. Es una zona de convivencia forzada, pero también de cooperación silenciosa. En los mercados, en los barrios, en las escuelas rurales, dominicanos y haitianos conviven, se ayudan y se casan. Comparten más de lo que los separa. Y sin embargo, los gobiernos los han abandonado.

La frontera no es una amenaza. Es una oportunidad desperdiciada. Podría ser un modelo de integración, de desarrollo binacional, de innovación social. Pero el enfoque ha sido otro: militarización, deportaciones, abandono.

El error de ignorar al "tercer país"

La isla de La Hispaniola no está dividida en dos mitades cerradas. Está unida por una arteria central: la frontera. Ese "tercer país" no oficial tiene rostro humano, habla varios idiomas, y sobrevive entre el comercio y el miedo. Negar su existencia no resolverá la crisis. Reconocerlo y atenderlo con políticas humanas y efectivas es el primer paso.

A esta nación sin nombre le sobran habitantes. Lo que le falta es voluntad política.

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Carlos A. Castillo es abogado y analista político. Ha trabajado temas de desarrollo local, relaciones binacionales y derechos humanos en la región fronteriza.

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Es abogado y analista político. Ha trabajado temas de desarrollo local, relaciones binacionales y derechos humanos en la región fronteriza.