Un problema social profundo
La burocracia que condena a muerte a mujeres maltratadas
Estamos frente a desafíos muy serios, además del que representa la migración haitiana, aún sin solución a mediano plazo. En nuestro país enfrentamos una alarmante crisis de violencia de género que se ha vuelto insostenible. En tan solo seis meses, veintiocho mujeres han perdido la vida a manos de sus respectivas parejas. Treinta y siete niños quedaron huérfanos, marcados por traumas que, quizás, los persigan toda la vida, especialmente aquellos que vieron a su padre prender fuego a su madre.
La violencia de género no puede verse como un hecho aislado: es el resultado de una cultura patriarcal y machista que ha perpetuado la desvalorización de la mujer. Es, además, una forma de control que se alimenta de estereotipos que relegan a las mujeres a roles tradicionales y subordinados, donde se espera que acepten el abuso como parte de su vida diaria.
Muchas mujeres están atrapadas en relaciones tóxicas de las que no pueden escapar por falta de educación y recursos económicos. Esa dependencia —económica y emocional— se convierte en una trampa que las priva de libertad y seguridad. Como el Estado ni la sociedad ofrecen alternativas viables para salir de estas situaciones, se contribuye, de manera indirecta, a la perpetuación del ciclo de violencia.
Detrás de cada cifra hay una historia: una familia destrozada, un futuro incierto. Los 37 niños que han quedado huérfanos en lo que va de año son un testimonio desgarrador del impacto de esta violencia, que no solo afecta a las víctimas directas, sino también a las generaciones futuras.
El impacto psicológico de perder a su madre de esa manera puede ser devastador. Estos niños pueden experimentar ansiedad, depresión y dificultades para establecer relaciones saludables en el futuro. Nosotros —pueblo, Estado, gobierno, iglesias y sociedad civil— no podemos evadir nuestra responsabilidad en la protección de estos menores, quienes necesitan apoyo integral para su desarrollo emocional y social.
Es urgente educar, no solo en igualdad de género, sino también en la construcción de relaciones sanas y en el respeto mutuo. Trabajar con las nuevas generaciones es esencial para generar un cambio de mentalidad que erradique la violencia desde la raíz.
Mientras tanto, es imprescindible que las autoridades escuchen y atiendan las denuncias de mujeres amenazadas que acuden en busca de protección a destacamentos policiales y fiscalías, y a quienes muchas veces no se les presta atención. Resulta penoso que a una mujer le digan que no pueden acoger su denuncia porque "no hay sistema". Ese "vuelva más tarde" puede equivaler a una sentencia de muerte. Así le ocurrió a la hija de Bona Delfa López: fue a denunciar, le pidieron que tomara un número y llamara si pasaba algo. Y pasó. Su expareja la mató. Las víctimas deben ser escuchadas, y sus denuncias, tomadas en serio.
La violencia de género es un problema que nos afecta a todos, y su erradicación requiere un esfuerzo conjunto. Es hora de despertar ante esta realidad y tomar medidas concretas para proteger a nuestras mujeres y a nuestros niños.
La lucha contra la violencia de género es una lucha por la dignidad humana, por la vida y por un futuro donde todas las personas, sin importar su género, puedan vivir en paz y con seguridad. Es un desafío que nos involucra a todos.
Resulta una seria contradicción que un país que se presenta al mundo como una nación progresista, en transición de una renta baja a una renta media, que atrae a once millones de turistas al año y que es considerado el segundo más seguro de América Latina —superado solo por El Salvador—, exhiba cifras tan salvajes como dolorosas cuando se trata de violencia de género.
¡El salvajismo machista tiene que ser detenido!