La uva de Guayubín que cruzó la frontera
El proyecto de uvas demuestra que el campo no es sinónimo de atraso

La Alianza Global contra el Hambre y la Pobreza del G20, liderada por Brasil con apoyo técnico de la FAO, y a la que República Dominicana se ha sumado con decisión, es una iniciativa concreta para enfrentar la cruda realidad de los 43 millones de personas que aún padecen hambre en América Latina y el Caribe. Desde la FAO hemos insistido en que es necesario acelerar la transformación agrícola y apostar por un desarrollo rural sostenible. Y en esa ecuación, hay dos variables que no fallan: inversión e innovación.
Muchas veces, hablar de innovación agrícola suele provocar una sonrisa escéptica. Como esas repetidas frases donde se dice que aquí eso no se da, que República Dominicana es tierra de plátano, tabaco y caña, que eso de exportar frutas premium es cosa de los chilenos, peruanos o colombianos. Pero algo cambió en Guayubín, y no fue el clima. Fue la estrategia, de la mano de la investigación.
Como han señalado varios estudios sociológicos, persiste la tendencia de atribuir a “la cultura” aquello que no se quiere cambiar, justificando problemas estructurales como si fueran simples rasgos folklóricos, como —por ejemplo— el consumo de alcohol a temprana edad. Así, claro, el cambio siempre llega tarde, o no llega.
Afortunadamente, desde abril, en Montecristi, comenzaron a salir los primeros contenedores de uvas de mesa dominicanas rumbo a Estados Unidos, y en los próximos meses serán las de San Juan. Es la primera vez que RD exporta este tipo de fruta. Pero más que la fruta en sí, lo revolucionario aquí es el método: una estrategia público-privada seria, basada en evidencia, en investigación, en ciencia. Felicitaciones al Ministerio de Agricultura, a los centros de investigación y al sector privado por esa audacia.
El proyecto, fruto de la colaboración entre el Gobierno dominicano, la empresa internacional Bloom Fresh y productores agrícolas dominicanos, introdujo por primera vez en el país variedades de uva de mesa de alta calidad genética, Allison y Timpson. Estas se cultivaron en fincas de Guayubín, Baní y San Juan, con el objetivo de brindar nuevas oportunidades económicas a los productores locales y a las comunidades, posicionando a la República Dominicana en el mercado global altamente competitivo de uvas de mesa.
El proyecto no es simplemente un negocio: es una declaración de principios. Que se puede avanzar hacia una agricultura resiliente al cambio climático. Que los agricultores no están condenados a repetir el mismo libreto agrícola del siglo pasado. Que el campo no es sinónimo de pobreza ni de atraso, sino un espacio propicio para el desarrollo rural integrado a las políticas de crecimiento.
Y si esta nueva industria tiene éxito —que no lo dudo tendrá—, será potencialmente un generador de nuevos empleos. Y eso —hay que decirlo con claridad— es seguridad alimentaria y desarrollo rural. Porque donde hay empleo justo, hay comida en la mesa y oportunidades de reducción del hambre, pero de esa con H mayúscula: esa que duele en el cuerpo y en el alma de las sociedades.
Según la FAO, la inversión en el sector agrícola ha demostrado ser una de las estrategias más efectivas para combatir la pobreza y mejorar la seguridad alimentaria. ¿Por qué? Porque, en general, las personas más pobres aún residen en áreas rurales y dependen directamente de la agricultura.
Se estima que la transformación de los sistemas agroalimentarios requerirá una inversión a nivel global de aproximadamente 680 mil millones de dólares anuales hasta 2030 en países de ingresos bajos y medianos.
Desde la FAO lo decimos con insistencia: la seguridad alimentaria no se logra solo sembrando más, sino produciendo sosteniblemente. Con políticas públicas coordinadas y focalizadas, con mejores empleos y acceso a bienes y servicios. Lo de Montecristi no es un milagro agrícola: es el resultado de una estrategia que, con voluntad política y tecnificación, puede ser replicada en otras regiones del país.
Esperamos que esta historia se repita, porque si más uvas como las de Guayubín cruzan las fronteras, será señal de que, por fin, la investigación y la evidencia se están convirtiendo en buena costumbre.