Entre el temor y la esperanza, el cambio climático mundial marca a la juventud
Juventudes de distintos países se unen para contener los impactos de esta emergencia global y enfrentar las cargas emocionales que les provoca

La Organización de las Naciones Unidas (ONU), define el cambio climático como modificaciones a largo plazo de las temperaturas y los patrones climáticos.
Los mismos pueden ser naturales, sin embargo, explica que desde el siglo XIX, las actividades humanas han sido el principal motor de estas alteraciones, debido principalmente a la quema de combustibles fósiles como el carbón, el petróleo y el gas.
La geógrafa Juliana Rincón Flórez, nos explica que existen abundantes estudios científicos que muestran cómo junto a la crisis climática han empezado a aparecer de manera generalizada casos de ansiedad y depresión relacionados con el futuro del planeta.
Esta especialista colombiana señala que, debido a los cambios tan drásticos producidos en el medio ambiente, "muchas personas jóvenes están modificando decisiones importantes de vida, como la de tener o no hijos. E incluso se observa una fuerte incidencia en las tasas de suicidio, especialmente en pueblos indígenas".

Despojo territorial
Un fenómeno que considera doloroso, "pues a medida que avanza el cambio climático y se profundizan otros procesos de despojo territorial, muchos jóvenes especialmente indígenas sienten que no tienen oportunidades ni esperanza".
En medio de lo que parece una tragedia sin salida, que acabará con la humanidad, Rincón reconoce, sin embargo, que hay jóvenes activistas muy reconocidos, como Francisco Viera.
El niño colombiano de 14 años habla sobre la "eco-esperanza", algo fundamental en tiempos de crisis climática porque ayuda a creer que es posible sanar los territorios y transformar la relación con la naturaleza.
Es más, a nivel general los efectos en la salud mental incluyen riesgos de suicidio, depresión e incapacidad para imaginar un futuro distinto.
Mocoa, el trauma de un desastre que evidencia desigualdades
Esta activista ambiental cuenta que el cambio climático le ha impactado de forma muy personal porque ella es originaria de Mocoa, departamento de Putumayo, un pueblo del sur de Colombia que en 2017 sufrió una avalancha que dejó decenas de muertos, desaparecidos y todo un trauma colectivo profundo que todavía se recuerda.
"Pasamos de amar al agua a temerla. Pensar que el cambio climático y que puede aumentar la frecuencia y magnitud de estos desastres genera angustia", dice la activisa.
Ella cuenta además que este fenómeno dejó en evidencia que las crisis no afectan a todos por igual.
"Las mujeres, por ejemplo, enfrentamos riesgos específicos. Al no haber enfoque de género en la prevención y gestión de este desastre, no se separaron a las personas afectadas en los albergues y refugios, lo que favoreció la violencia sexual, enfermedades de transmisión sexual, embarazo adolescente -y como si eso fuese poco- trata de personas y prostitución", expresa.
El cambio climático no solo genera problemas ambientales: agrava problemas sociales que ya existen, dice de forma categórica. Rincón, cuenta cómo durante la pandemia de Covid-19 se cruzaron estos fenómenos.
"En Putumayo, cuando llegó el confinamiento, el control territorial no lo hacían el Estado ni los hospitales, sino los grupos armados. En regiones alejadas, el cambio climático puede venir acompañados de mayores tensiones sociales y presencia de actores armados", explica.
Juliana Rincón ejemplifica que hay casos similares en otras regiones del mundo.
Como pueblos de India donde también han ocurrido avalanchas, en las que han muerto más mujeres que hombres porque ellos, por costumbre, dormían en los techos por el calor y sabían nadar; las mujeres no recibían esas enseñanzas y dormían dentro de las casas.
"En Mocoa, Putumayo, la avalancha fue un viernes: los hombres estaban en fiestas y las mujeres en sus hogares, lo que aumentó su exposición. Las mujeres intentaban ayudar a quienes las rodeaban mientras los hombres se concentraban en salvarse ellos mismos. Además, la fuerza física también influyó en la capacidad de resistir la corriente", enfatiza Rincón que trabaja incansablemente en su comunidad, realiza mapeos comunitarios de gestión del riesgo, monitoreo de cuencas y control del consumo personal.
Reflexiona sobre que las personas comunes no son las principales responsables del cambio climático, pues considera que hay grandes corporaciones de países específicos, cuyos modelos de producción y desarrollo generan estos desequilibrios.
"Por más que hagamos acciones locales, los cambios determinantes deben venir de quienes concentran el poder económico: reducir emisiones, abandonar los combustibles fósiles, frenar el extractivismo y promover modelos productivos locales", señala la activista con convencimiento.
Como geógrafa trabaja desde organizaciones como Las Guardianas del Agua del Putumayo, donde combinan la defensa de los derechos humanos con enfoque de género y la prevención y atención de desastres a partir de la experiencia de la avalancha de Mocoa.
"Reunimos a unas 150 mujeres y denunciamos cuatro problemas principales relacionados con el agua, todos conectados con el cambio climático: Contaminación del agua con mercurio, arsénico, gasolina, petróleo y cianuro, exceso de agua debido a avalanchas, periodos prolongados sin lluvia por la deforestación y despojo del agua, cuando se impide disfrutar de los ríos por intereses privados".

El arte como refugio y esperanza
En Guardianas hemos aprendido que el arte —música, teatro, cine, fotografía, poesía— es esencial. Lo estético abre espacio para preguntarnos por lo valioso y permite procesar temas duros como asesinatos de líderes sociales, desastres naturales, contaminación o pérdida del territorio. Ayuda a sostener la esperanza, algo que nadie puede quitarnos, dice con orgullo Juliana.
Con elocuencia y acompañada de una tonalidad propia de conferencista, esta especialista y activista considera que "las empresas y los extractivistas tendrán recursos y medios, pero no tienen la dignidad que da el arte, ni el sentido de defender el territorio por convicción. Tenemos una canción llamada Iaku, que nos permite expresar lo que sentimos frente a los problemas del agua en el Putumayo".
Tienen que buscarla y escucharla, nos anima Juliana Rincón convencida que las nuevas generaciones muestran más interés y compromiso con todo lo relacionado al cambio climático que las anteriores porque les toca más de cerca y porque saben que nadie más lo hará por ellos. Además del compromiso ético.
"Serán, nos vaticina, las generaciones aún no nacidas quienes se enfrenten con mayor dureza a los efectos de la crisis climática. Todavía actualmente se disfruta de los ecosistemas en mejores condiciones, pero la evidencia científica indica que se está llegando a un punto de no retorno. Las nuevas generaciones verán cambios profundos en la vida tal y como la conocemos", agrega.
Y añade: "No es solo una motivación ética: es cuestión de sobrevivencia. Quienes defendemos el territorio, la tierra, lo hacemos por amor, pero también por necesidad. El compromiso nace de protegerse a uno mismo, a la comunidad y a la familia. De ahí surge esa fuerza para actuar".


EFE