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¿Es posible vivir sin smartphone en un mundo hiperconectado?

La realidad es que muchas actividades cotidianas se están volviendo casi imposibles sin un móvil

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¿Es posible vivir sin smartphone en un mundo hiperconectado?
Desde problemas de sueño hasta ansiedad y baja autoestima, el uso excesivo de smartphones se ha convertido en un tema central en las conversaciones sobre bienestar. (FREEPIK)

Por años, los smartphones se presentaron como aliados de la productividad y el entretenimiento. Nos permitían tener en la palma de la mano herramientas que antes ocupaban una oficina entera. Pero, en los últimos tiempos, muchas personas han comenzado a preguntarse si el precio de tanta conectividad no es demasiado alto.

Desde problemas de sueño hasta ansiedad y baja autoestima, el uso excesivo de smartphones se ha convertido en un tema central en las conversaciones sobre bienestar. Especialmente después del confinamiento por la pandemia, cuando pasamos más tiempo frente a las pantallas que nunca, el malestar se hizo evidente.

Hoy en día, cada vez más personas buscan formas de reducir su uso del móvil. Sin embargo, hay un problema de fondo: aunque queramos desconectar, el mundo está diseñado para que dependamos de estos dispositivos en casi todos los aspectos de nuestra vida diaria.

Cómo los smartphones nos enganchan

Cuando aparecieron los primeros smartphones, lo que más llamaba la atención eran sus funciones innovadoras. Aplicaciones para comunicarnos gratis, mapas interactivos, música a la carta. Era emocionante. Pero mientras disfrutábamos las novedades, no imaginábamos las consecuencias a largo plazo.

Hoy sabemos que muchas de esas aplicaciones están diseñadas para mantenernos atrapados. Funciones como el "scroll infinito" o el "desliza para actualizar" imitan mecanismos de recompensa similares a los de las máquinas tragaperras.

Cada vez que recibimos una notificación o un "me gusta", el cerebro libera dopamina, una sustancia química asociada al placer, lo que refuerza el impulso de seguir conectados.

Las consecuencias están a la vista: dificultad para concentrarse, insomnio por el uso nocturno del móvil y un aumento en los casos de ansiedad y depresión, sobre todo entre adolescentes. Incluso nuestras relaciones laborales se han visto afectadas, con jefes que esperan respuestas inmediatas fuera del horario laboral y un constante bombardeo de distracciones.

¿Cómo liberarnos?

La buena noticia es que muchas personas están buscando soluciones. Existen aplicaciones que bloquean otras aplicaciones adictivas, teléfonos "tontos" que solo permiten llamadas y mensajes, e incluso movimientos juveniles que promueven el regreso a dispositivos básicos, como el caso del "Club Ludita" en Nueva York, fundado por adolescentes que prefieren los antiguos teléfonos con tapa.

Uno de los beneficios inmediatos de desconectar del smartphone es la recuperación de pequeños momentos de silencio, espacios en los que antes, sin pensarlo, sacábamos el móvil por costumbre. Estos momentos nos permiten reflexionar, recordar mejor y reconectar con nuestro entorno.

Sin embargo, aunque estas estrategias funcionan a nivel personal, existe un obstáculo mucho mayor: el propio diseño del mundo moderno.

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¿Podemos vivir sin un smartphone?

La realidad es que muchas actividades cotidianas se están volviendo casi imposibles sin un móvil. Desde sacar entradas para eventos o reservar en un restaurante, hasta acceder a servicios básicos como trámites oficiales o incluso entrar a un estadio de béisbol, se necesita un smartphone.

Muchas tiendas, como algunas de Amazon o supermercados en Europa, intentaron eliminar el uso de cajeros humanos apostando por aplicaciones y pagos digitales. El resultado: quejas, exclusión de personas mayores o sin acceso a tecnología, y en muchos casos, el regreso a métodos tradicionales tras las críticas.

Lo preocupante es que cada vez más instituciones y empresas asumen que todos tienen un smartphone y conexión estable, lo que deja fuera a quienes quieren (o necesitan) desconectar.

Peor aún, esta dependencia tecnológica puede volverse un arma de doble filo. Los conductores de aplicaciones como Uber han denunciado que pueden ser desactivados por algoritmos sin explicación ni posibilidad de defenderse ante una persona real. Este es solo un ejemplo de cómo la tecnología puede reducir nuestra capacidad de acción y nuestra autonomía.

¿Cuál es el camino?

La clave no está en demonizar la tecnología, sino en reclamar un equilibrio. El smartphone debería ser una herramienta útil, no una obligación. La comodidad no debe imponerse sobre el bienestar, ni sobre el derecho a elegir.

Afortunadamente, algunas ciudades han comenzado a proteger a quienes prefieren métodos tradicionales. Lugares como Nueva York o San Francisco han aprobado leyes que obligan a los comercios a aceptar efectivo, y hasta Amazon tuvo que adaptar sus tiendas automáticas para aceptar pagos físicos.

El reto, ahora, es seguir promoviendo espacios libres de imposiciones tecnológicas y facilitar alternativas para quienes deciden reducir su dependencia del móvil. No se trata de volver al pasado, sino de garantizar que avanzar no signifique excluir.

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