Campana sin badajo
Los refranes como ventanas a la historia y la cultura
Dice un refrán español «no hay don sin din»; y otro refrán apostilla «don sin din, campana sin badajo». En los dos refranes tenemos como protagonista a la fórmula de tratamiento don, de la que estamos aprendiendo estas semanas; y ambos aluden a que los títulos de calidad pierden su valor cuando no hay dinero –de ahí el din– que los respalde. Está muda la campana sin su badajo, esa pieza metálica que cuelga en su interior y con la que se la golpea para que suene. De ahí que el refrán la compare con el don en cuyo bolsillo no resuena el din. Pura y dura sabiduría popular.
Sabiduría refranesca aparte, conviene tener presente, como bien nos recuerda el Diccionario de la lengua española, que en el español actual ha perdido ese matiz de uso antiguo que lo reservaba exclusivamente para referirse a personas a las que se atribuía un rango social alto. Para nosotros ya no se trata de establecer un grado de superioridad o inferioridad social, sino de expresar respeto, cortesía o distanciamiento, que nunca vienen mal en los tiempos que corren. Si decidimos usar don y doña como tratamiento de cortesía, para hacerlo correctamente debemos anteponerlos siempre al nombre de pila de la persona a la que nos dirigimos: don Lorenzo, doña Fátima. Eviten siempre usarlo con el apellido; nada de don Gómez o doña Rodríguez.
Y ya que la semana pasada citamos a don Miguel de Cervantes, recordemos esta al dúo cubano Los Compadres cuando nos cantaban aquello de «Cuando yo tenía dinero, me llamaban don Tomás. / Como ahora ya no lo tengo, me llaman Tomás na más». Parece que algo de eso del don sin din sí que queda.
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