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Escuchar un país

Cortesía y palabras mágicas, claves para una comunicación armoniosa

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Escuchar un país
La cortesía y las palabras mágicas son claves para una comunicación armoniosa. (SHUTTERSTOCK)

Jorge Luis Borges visitó por primera vez México en 1973 para recibir el premio Alfonso Reyes. Cuentan que el escritor argentino pidió ver a Juan Rulfo.

¡Qué no habríamos dado los lectores de Borges y Rulfo por haber estado allí! Nos parece un encuentro digno de ser narrado por cualquiera de ellos. El escritor mexicano se aproximó al argentino, que estaba ciego desde 1955, y se presentó: «Maestro, soy yo. Usted sabe cómo lo estimamos y lo admiramos».

Borges, siendo Borges, le responde: «Ya no puedo ver un país, pero lo puedo escuchar. Y escucho tanta amabilidad. Ya había olvidado la verdadera dimensión de esta gran costumbre».

«Ya no puedo ver un país, pero lo puedo escuchar». Escuchar un país en su forma de hablar, y no solo en sus palabras o en su acento, sino especialmente escuchar su «amabilidad».

Cordialidad, gentileza, urbanidad, cortesía..., un hermoso puñado de sinónimos que nos recuerdan que la expresión lingüística no está hecha solo de sonidos, gramática y palabras, sino de actitud y de intención.

En varias ocasiones he oído al embajador de España en la República Dominicana, Antonio Pérez Hernández-Torra, apreciar la cortesía que demuestra el dominicano en su expresión, consideración que el extiende a todo el español de América.

Coincido con el embajador. La cordialidad y la gentileza al dirigirnos a los demás funciona como un bálsamo en una sociedad cada día más acelerada, brusca y desconsiderada.

El Diccionario de la lengua española define cortesía como la ´demostración o acto con que manifiesta la atención, respeto o afecto que tiene alguien a otra persona´. Dejando a un lado el afecto, mucho más personal, la atención y el respeto es lo mínimo que le debemos a nuestros interlocutores.

Esa es la cortesía en el hablar, la amabilidad que tanto apreció Borges en la expresión de Rulfo, y, en ella, en la expresión de los mexicanos.

Y no es tan difícil si somos conscientes de nuestra forma de comunicarnos. Cuánto mejoraría nuestra expresión si habláramos solo un poco más despacio; eso nos permitiría modular nuestro tono de voz para evitar vocear y, sobre todo, hacerlo por encima de las voces de los demás.

Hablar más pausado y más bajo nos ayuda a vocalizar las palabras y a los demás les ayuda a entendernos. ¿Para qué, si no, hablamos?

Si a esto le sumamos un poco de atención al elegir el tratamiento que vamos a darle a nuestro interlocutor –¿lo tutearemos o lo ustearemos?– y un buen puñado de palabras mágicas como por favor y gracias, tendremos andada la mitad del camino. Saludar es una costumbre saludable.

Se trata simplemente, nos dice el diccionario, de dirigirnos a alguien con palabras corteses interesándonos por su salud o deseándosela, especialmente al encontrarnos o al despedirnos. ¿Hay algo mejor que le podamos desear a otros que la salud?

Por eso me encanta seguir escuchando en boca de los dominicanos buen día en la mañana; saludos cuando entramos en una sala o en un ascensor; a buen tiempo o buen provecho alrededor de una mesa; permiso cuando vamos a interrumpir el paso o a cruzar por delante de alguien; a su orden o siempre como respuesta al agradecimiento.

Buenas palabras que son siempre bienvenidas, que hacen nuestra vida más fácil, menos arisca, un poco más dulce, y que echamos de menos cuando escuchamos otros países.

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María José Rincón González, filóloga y lexicógrafa. Apasionada de las palabras, también desde la letra Zeta de la Academia Dominicana de la Lengua.