La sutil ventaja de la elegancia
El empleo de este pequeño signo en el lugar idóneo y, tan importante o más que eso, su ausencia cuando no es pertinente no son medalaganarios
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Rebecca West, quien se llamaba en realidad Cecily Isabel Fairfield, adoptó su seudónimo a partir del nombre de la protagonista de la obra teatral La casa de Rosmer de Henrik Ibsen.
Me gusta esta mujer, que combatía con la pluma en un siglo XX convulso y dramático, y me gustan sus novelas rebosantes de una sutil ironía y una deslumbrante sensibilidad.
Y en una de estas novelas Rebecca West nos recordó que, «en cuestiones de comas», lo que está en juego es la «sutil ventaja de la elegancia».
Aunque hayan oído muchas veces que las comas son cuestión de estilo, no se dejen engañar; el empleo de la coma en el lugar idóneo y, tan importante o más que eso, la ausencia de la coma cuando no es pertinente no son medalaganarios (¡cómo me gusta esta palabra!).
Que la coma tiene sus normas lo demuestran las casi cincuenta páginas que les dedica la Ortografía de la lengua española, que reconoce que su complejidad provoca que sea «el signo de puntuación que más dudas plantea».
Consultar, y hacerlo cada vez que dudemos, es saludable para nosotros y para los que nos leen; por eso conviene tener la Ortografía siempre a mano.
¿Aprendernos todas las reglas de la coma? Si son lo bastante arrestados, cáiganles atrás. Ni tanto ni tan poco. Por mi parte, considero más productivo que nos vayamos familiarizando con los contextos de uso de la coma con los que cada uno se encuentre con más frecuencia.
Estoy segura de que en algún lugar de su cabeza resuena aquello de las conjunciones copulativas. Ellas tienen su particular relación de amor odio con las comas. Las que conocemos como copulativas discontinuas no las quieren ver ni en pintura.
Vayamos con los ejemplos. No quiero ni que se asusten ni que se rindan. Ahí llevan dos conjunciones copulativas discontinuas (ni... ni...). Tanto la consulta como la práctica pueden ayudarnos. Y ahí llevan otras dos (tanto... como...).
Y no han visto la coma por ninguna parte ni en el primer ejemplo ni en el segundo. Tanto en uno como en otro las partes coordinadas de las oraciones no van separadas por comas, aunque en el lenguaje hablado hagamos una pequeña pausa.
La coma no depende tanto de la pausa al hablar (eso que siempre nos dijeron) como de la estructura sintáctica de la frase. Si quieren una buena regla nemotécnica, echen mano del «No soy de aquí ni soy de allá» de Facundo Cabral.
Ya saben que, cuando de lengua se trata, siempre hay un pelo en el sancocho. Hay una tercera conjunción copulativa discontinua: La coma es periquitosa no solo para ustedes, sino para todos los que escribimos en español.
Esta sí necesita su coma para separar los dos miembros. Y tiene su explicación. En la conjunción copulativa no solo..., sino... el segundo miembro, introducido por sino, tiene además valor adversativo. Recordemos que las conjunciones adversativas (pero, mas, aunque, sino) van precedidas siempre por una coma.
La palabra coma tiene su origen en el latín comma y este, a su vez, en el griego kómma, que significa ´corte´.
Ahí está su utilidad, en marcar los límites de algunas unidades sintácticas. Saber cuándo hacerlo y cuándo no les da a nuestros escritos, como a los de Rebecca West, la «sutil ventaja de la elegancia».