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Fumata blanca

El poder de las palabras en la elección papal

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Fumata blanca
La elección papal tiene una riqueza simbólica y lingüística única, desde la famosa fumata blanca hasta la bendición "urbi et orbi", pasando por términos como papable, tiara y alba. (FUENTE EXTERNA)

¡Fumata negra!¡Fumata blanca! ¡Habemus Papam! Las palabras que rodean al proceso histórico de elección de un nuevo pontífice que vivimos la semana pasada siguen atesorando tradición y simbología. 

La fumata, ya sea negra o blanca –incluso amarilla la hubo alguna vez– tiene su origen en la lengua italiana, pero ya está incorporada plenamente al español. El Diccionario de la lengua española la define como la ´nube de humo que anuncia el resultado de la votación en la elección de papa´.

Ni más ni menos que aquellas señales de humo que veíamos en las películas del Oeste. Por si acaso el color, aditivos aparte, no fuera evidente, repicaron las campanas. Y lo hicieron en señal de alegría. Las campanas se tañen: si anuncian fiesta, repican; si tocan a muerto, doblan.

Incineradas las papeletas de votación, terminado el cónclave, dejamos de hablar de los papables, un divertido adjetivo que tiene su origen en el  latín medieval papabilis, y que se refiere a los cardenales que, desde el fallecimiento del papa hasta la elección de su sucesor, son considerados merecedores, o al menos candidatos probables, para ocupar la sede, para ostentar la tiara.

Y no, el papa no se coloca la tradicional diadema en forma de media corona que a veces usan las reinas o las novias.

La palabra tiara se refiere también a una triple corona usada por los pontífices –el último que lo hizo fue Pablo VI–  como símbolo de su triple autoridad como papa, obispo y rey.

Del objeto concreto el término pasó a designar también la dignidad del sumo pontífice.

Tras la fumata blanca se anunció, desde la basílica de San Pedro en la Ciudad del Vaticano, que había sido elegido un nuevo papa y se le presentó ante los católicos con una fórmula protocolaria en latín: «Annuntio vobis gaudium magnum: Habemus Papam. Les anuncio con gran alegría que tenemos papa».

Antes de salir al balcón el nuevo pontífice se había puesto sobre el hábito el alba, una vestidura talar que debe su nombre a su color blanco. Así llamamos también al amanecer. Y es talar simplemente porque llega hasta los talones.

El papa se reviste –se viste una ropa sobre otra– con el alba en la Sala de las Lágrimas, la pequeña sacristía junto al altar mayor de la Capilla Sixtina. ¿Será por la emoción o por el peso de la responsabilidad que las lágrimas han sido tantas como para dar nombre a la sala?

En cualquier caso, una simbología más que sumar a un ritual que se ha ido cargando de ellas a lo largo de los siglos, y con él, las palabras que lo expresan.

Desde el balcón vaticano el recién elegido papa pronuncia su primera bendición urbi et orbi. En latín significa literalmente ´para la ciudad y para el orbe´.

En español nuestro Diccionario de la lengua española define esta locución latina, que debemos escribir en cursiva, como ´a la ciudad de Roma y al mundo entero´. Y nos aclara que el papa usa esta fórmula para señalar que la bendición se extiende a todo el mundo.

De los rituales papales a los hablantes de a pie, que, a veces, también pontificamos (´exponer opiniones con suficiencia y en tono dogmático´) y lo hacemos urbi et orbi (´a los cuatro vientos, a todas partes´).

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María José Rincón González, filóloga y lexicógrafa. Apasionada de las palabras, también desde la letra Zeta de la Academia Dominicana de la Lengua.