Cicatrices emocionales: memoria del cuerpo o del alma
No son un signo de debilidad, sino la prueba irrefutable de que pasamos por una situación y sanamos, o lo estamos haciendo

Creo que todos guardamos al menos una cicatriz de la infancia que viene acompañada de alguna historia divertida. Una rodilla raspada, una ceja rota, una quemadura jugando en la cocina...
Las madres suelen recordarlas con mucha exactitud: el susto, el llanto, la carrera a emergencias, alguna cosa esencial que se quedó olvidada en casa por la prisa. Y sí, con el tiempo (luego de pasado el susto) esas historias se vuelven incluso motivo de risa.
Se recuerdan con ternura, alivio, con el tipo de humor que solo puede florecer cuando el dolor ya pasó.
Pero más allá de la piel también hay cicatrices, muchas de ellas no se ven porque para visualizarlas se debe conocer muy de cerca a la persona o se debe haber vivido el mismo evento.
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Heridas abiertas

Son las cicatrices emocionales. Esas que también quedaron por una caída, pero no al suelo, sino a la soledad. A la indiferencia. A una pérdida. A un silencio que dolió más que cualquier grito.
A menudo en consulta escucho historias que no comienzan con "una vez me caí", sino con "una vez me dejaron", "una vez no me defendieron", "una vez sentí que no valía".
Y entonces me digo:
"Aquí a veces revisamos heridas abiertas. Pero lo que más revisamos son las cicatrices."
¿Por qué? Porque las heridas abiertas duelen, sangran, están expuestas. Pero las cicatrices no duelen del mismo modo. Claro, algunas escuecen con el cambio de clima. Otras arden si se tocan sin cuidado.
Las cicatrices no son un signo de debilidad. Son la prueba irrefutable de que pasamos por eso y sanamos, o lo estamos haciendo. Pero la cosa es que las heridas que sanan correctamente dejan mejores cicatrices que las que no.
Una cicatriz es la memoria del cuerpo, o del alma que nos recuerda dos cosas importantes:
- Que algo nos dolió.
- Que fuimos capaces de atravesarlo.
También es importante saber que, puede que tengamos heridas que no cerraron del todo bien y es muy importante revisar las cicatrices en ese caso. El objetivo no es olvidar la caída. Ni negar que hubo dolor. Tampoco es vivir pegados al pasado, contando cada herida como medalla.
El objetivo es reconocer que lo que alguna vez nos rompió también nos enseñó a cuidarnos. Y a veces, también a cuidar mejor a otros.
No se trata de "superar" de golpe un duelo o un abandono. El duelo no desaparece: se transforma. Deja de ser una herida punzante para convertirse en una tristeza serena. Una que ya no desborda. Una que nos permite recordar sin colapsar.
Y cuando algo sigue doliendo tanto como el primer día, quizás no es que no lo has superado, es que aún no ha cicatrizado correctamente. Y eso también se vale. No todas las heridas sanan al mismo ritmo. No todas se curan solas.
Por eso, si hay algo que aún sangra, no lo escondas. No digas que ya pasó si no ha pasado. Busca ayuda. Ponle nombre. Dale espacio. Sanar no es olvidar. Sanar es mirar la cicatriz y no tener ningún miedo a tocarla, incluso animarte a hablar sobre ella.