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No dejarse arrastrar

Me pregunto desde cuándo elegir las palabras apropiadas, eso que aprendimos de Cervantes de «palabras significantes, honestas y bien colocadas», provoca que lo que escribimos no se entienda

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No dejarse arrastrar
Los lectores siempre agradecen un texto bien escrito (SHUTTERSTOCK)

La lectura teje redes inesperadas; cada escrito se enlaza de infinitas formas con otros. Desde el silencio de las letras sobre el papel, los textos dialogan entre sí, a veces desde espacios alejados y tiempos remotos.

Mientras más leemos más enlaces se van entretejiendo y, con ellos, la lectura se enriquece. Esta Eñe de hoy entabla un diálogo con las palabras de Aníbal de Castro en «La escritura sin condescendencia», publicado hace unas semanas en Diario Libre.

Su lectura me trajo resonancias personales, porque cuántas veces habré recibido el consejo de dejar de lado las palabras rebuscadas (¿?), las frases largas (¿?) o, incluso, los temas lingüísticos y literarios. El argumento es siempre el mismo: no se entienden, no interesan. 

Aníbal de Castro nos contaba de los reproches que recibe por las palabras «demasiado pulidas». Me pregunto desde cuándo elegir las palabras apropiadas, eso que aprendimos de Cervantes de «palabras significantes, honestas y bien colocadas», provoca que lo que escribimos no se entienda.

Más doloroso aún, le recriminan que sus escritos «no son para dominicanos». Me pregunto desde cuándo los dominicanos, por el simple hecho de serlo, no están capacitados para leer y entender lo que leen cuando está bien escrito.

Y, lejos de generalizaciones engañosas, que haya dominicanos que tengan dificultad para entender ciertos textos no debe llevarnos a culpabilizar a quien aspira a escribir correctamente, a imprimir cierto estilo personal a lo que escribe, sino a poner el dedo en la verdadera llaga:

  • el fracaso del sistema educativo en la enseñanza de la lengua y el desarrollo de la lectura comprensiva.

Confesaba Aníbal de Castro su convicción de que «el lenguaje puede ser exigente», en el fondo y en la forma, «sin ser excluyente». Mi experiencia concuerda con esta idea. Los lectores agradecen un texto bien escrito.

Puede gustar más un estilo que otro, puede un determinado estilo necesitar un lector más atento o más comprometido, pero, si el texto está bien escrito, el respeto que demuestra el escritor por el lector traspasa el papel y la tinta.

Desgraciadamente para todos, en las páginas de nuestros diarios encontramos muchos escritos plagados de faltas de ortografía, de errores de concordancia, de descuido y desacierto en la redacción, de inadecuación y pobreza léxica.

Lejos de mejorar nuestra lectura, la entorpecen; lejos de desarrollar nuestra capacidad como lectores, la embotan y empobrecen. Alguna vez nos recomendó el poeta ruso Joseph Brodsky, premio nobel de literatura, que cuidáramos de nuestro vocabulario como si fuera nuestra cuenta corriente.

La lectura de textos bien escritos, como también el esfuerzo consciente por escribir correctamente, trabaja directamente en beneficio de esa cuenta corriente y, con ella, de nuestra capacidad de percepción de lo que nos rodea, de comprensión del mundo y de comunicación con él.

Ciertas opiniones están ahí; quizás responden a ciertos intereses.

Sin embargo, como nos enseña Emilio Lledó en su ensayo Necesidad de la literatura, en lo que se refiere al periodismo cultural, «es claro que la personalidad de quien escriba con la consciencia de que su escritura tiene el deber de educar la inteligencia, la sensibilidad y la felicidad de los lectores, no puede caer en la inercia de dejarse arrastrar por el torrente de los intereses, por muy respetables que sean».

TEMAS -

María José Rincón González, filóloga y lexicógrafa. Apasionada de las palabras, también desde la letra Zeta de la Academia Dominicana de la Lengua.