Ganarse el pan
Hoy quiero hablarles de pan, tres letras y una sílaba que encierran una larga tradición cultural que ha enriquecido nuestra lengua con muchas palabras y expresiones curiosas que vamos a recordar

Una parte de nuestro mundo vive tiempos de dietas, restricciones y ayunos voluntarios. Otra parte de nuestro mundo, quizás la mayor, aunque casi siempre lo olvidemos, vive tiempos vergonzantes de escasez, privaciones y hambre.
Hoy quiero dedicar esta Eñe a esa palabra humilde y ancestral cuyo olor a leña, que algunos todavía recordamos, sigue calentándonos el alma.
Hoy quiero hablarles de pan, tres letras y una sílaba que encierran una larga tradición cultural que no solo nos ha servido de alimento, sino que ha enriquecido nuestra lengua con muchas palabras y expresiones curiosas que vamos a recordar.
Desde su antepasada latina panis, el sustantivo pan ha designado al ´alimento que consiste en una masa de harina, por lo común de trigo, levadura y agua, cocida en un horno´: Nunca falta el pan en mi mesa.
Así nos lo define el Diccionario de la lengua española. La palabra pan se refiere también a cada una de las piezas de este alimento: Me desayuné un pan con aguacate.
Palabras que ruedan y migran
La creatividad se dispara cuando se trata de nombrar a cada una de las variedades del pan, por su forma, su tamaño o su elaboración. El origen de la crujiente y tradicional hogaza lo encontramos en el latino focacium ´panecillo cocido bajo la ceniza´, que deriva de focus ´hoguera´.
A muchos les recordará a su prima italiana la focaccia. Los bollos llevan en su historia la palabra latina bulla ´burbuja, bola´.
Las barras deben su nombre a la metáfora que las asimila por su forma a una pieza de metal alargada; claro que muchos encuentran mucho más fino decirles baguettes, por aquello de que cualquier palabra de otro idioma, más si es del francés, resulta más atractiva, aunque lo que nos comamos sea lo mismo.
Otros las llamarán chapatas (ya aparecen con este nombre en las panaderías de nuestros supermercados), una adaptación castellana del italiano ciabatta, que en su lengua de origen designa a la ´zapatilla de andar por casa´.
No nos olvidemos de los nuestros –pan de agua, pan camarón, pan sobao–, que precisamente por su cercanía no necesitan de muchas aclaraciones.
Más de uno (de los que todavía pueden permitírselo) cometerá el pecado de pellizcar antes que nadie el extremo de una pieza de pan, un pellizquito crujiente y tentador.
Pero ¿se han parado a pensar todos los nombres con los que en español se denomina a esta esquinita del pan? Para muestra bien valen los recogidos por Fundéu RAE: pico, currusco, coscurro, teta, culito, codo.
Cuando hablamos de un sencillo pedazo de pan los hispanohablantes nos ponemos creativos y lo llamamos chusco, zatico, rosigón o el más general mendrugo, que ha pasado también a nombrar al hombre rudo y zoquete. Y si esos pedazos son aún más pequeños los llamaremos migas, migajas o nuestras preciosas boronas.
El pan, en todas sus variedades, es desde siempre parte importante de nuestra alimentación, y no solo de la del cuerpo.
Tan es así que con la palabra pan podemos referirnos por extensión al sustento de los seres humanos. Algo parecido a lo que los dominicanos hacemos cuando decimos que toca buscarse el moro o las habichuelas.
Recuerden aquella frase bíblica que todavía resuena y nos condena desde tiempos inmemoriales a ganarnos el pan con el sudor de la frente.

María José Rincón