Doña Marta Thayer: nos dejó la reina napolitana de la Ciudad Colonial
Italiana de nacimiento, pero napolitana de corazón y espíritu, irradiaba una presencia magnética en cada rincón adoquinado

Cuando se habla de la Ciudad Colonial, es casi imposible no evocar la figura de una reina que la recorría con gracia y vitalidad: Marta Thayer.
Italiana de nacimiento, pero napolitana de corazón y espíritu, irradiaba una presencia magnética en cada rincón adoquinado. Siempre a su lado, como un elegante y reservado rey caballero, estaba don Jimmy Thayer, su compañero inseparable.

Para un recién llegado como yo, hace treinta y tres años, doña Marta y don Jimmy podían parecer figuras casi intocables, envueltos en un aura de distinción y serenidad.
Una nueva familia
Sin embargo, tras esa primera impresión, descubrí una genuinidad y una calidez que derribaron cualquier barrera. En ese entonces, buscando asimilar este nuevo mundo, encontré en ellos algo mucho más valioso que simples conocidos: una nueva familia.

Doña Marta, con su energía arrolladora y su pasión italiana, se convirtió en la matriarca inesperada de mi incipiente aventura.
Su entusiasmo por la vida y su amor por esta Ciudad Colonial fueron contagiosos. Me tomó bajo su ala, mostrándome sus secretos, sus encantos y su ritmo particular.
Don Jimmy, con su sabiduría silenciosa y su apoyo constante a Marta, ofrecía una estabilidad reconfortante en medio de lo desconocido.

Juntos, la reina napolitana y su caballero americano me abrieron las puertas de su hogar y de su círculo, introduciéndome con una naturalidad que disipó cualquier sensación de extrañeza.
En sus conversaciones animadas, en sus paseos por las calles históricas, en sus veladas musicales y gastronómicas, encontré el tejido de una nueva pertenencia.
Un nuevo hogar

Ellos fueron los primeros rostros amables, las primeras voces acogedoras que me hicieron sentir que este nuevo mundo podía ser, de hecho, un nuevo hogar.
Y fue especialmente en estos últimos meses, tras la dolorosa partida de mi madre, que la dulzura de doña Marta se manifestó con una fuerza conmovedora.
Ella se brindó a colmar mi triste vacío con una ternura infinita. Pasamos días maravillosos, entre paseos por las calles que tanto amaba y relatos llenos de sabiduría y calidez.
Además, disfrutaba cocinarle mis pastas, un pequeño homenaje a sus raíces italianas. Los domingos se convirtieron en un ritual reconfortante: después de su querida "Cosima", ese excelente aperitivo que marcaba el inicio de la noche, Carletto preparaba pizza para todos, creando un ambiente de hogar y afecto.

Pero el tiempo, implacable, comenzó a ensombrecer su vitalidad. Su salud se fue deteriorando lentamente, y esta mañana, con un último apretón de mano intenso, lleno de significado y afecto silencioso, se despidió de este mundo.
Con su partida, he perdido a mi segunda madre, a esa reina napolitana de corazón generoso que me acogió hace tantos años y que, incluso en el duelo reciente, supo ofrecerme consuelo y amor incondicional.
Su recuerdo perdurará como un faro de bondad y un testimonio del poder de los lazos del alma.