Concierto especial por el 70 aniversario del Coro Nacional
Disfruta de una noche especial con la interpretación del Réquiem de Mozart este 25 de junio en el Teatro Nacional

En estos últimos meses de ebullición musical, el Coro Nacional arriba al importante 70 aniversario de su fundación. Llega robustecido y con una experiencia que solo dan los años y el duro trabajo; la formación coral cuenta con un amplio repertorio y presentaciones frecuentes a lo largo del año.
Su director, el maestro Elionoai Medina, con varios años al frente del mismo, ha sabido guiarlos hacia una probada excelencia. Para este aniversario, y junto a la Orquesta Sinfónica Nacional, se presentarán en un interesante programa bajo la dirección del maestro José Antonio Molina, director titular de la orquesta.
Este 25 de junio nos ofrecen una noche que será, además de exquisita, retadora y a la altura de los grandes coros del mundo. En el mismo participarán cuatro extraordinarios solistas invitados: la soprano dominicana Nathalie Peña-Comas, la mezzosoprano vienesa Dymfna Meijts, Richard Clement, tenor norteamericano, y finalmente, Morris Robinson, bajo. Todos ellos asumirán los papeles solistas en el espléndido Réquiem del genio austriaco Wolfgang Amadeus Mozart (1756–1791).

Para iniciar el programa, escucharemos dos obras de W. A. Mozart. La orquesta comienza con la obertura de la ópera Las bodas de Fígaro, una pieza vibrante y enérgica que sirve como introducción a la ópera, con una duración de unos 4 minutos. Es conocida por su ritmo rápido, humor y melodías pegadizas, donde las cuerdas y los instrumentos de viento son protagonistas. Esta obertura establece el tono ingenioso de la comedia que se desarrollará en la ópera.
Obertura de Las bodas de Fígaro
Seguimos con el Ave verum corpus, K. 618, un motete (composición musical polifónica surgida en la Edad Media y desarrollada durante el Renacimiento, originalmente una pieza sacra en latín), una obra para coro, cuerdas y órgano, basada en el himno eucarístico latino del mismo nombre. El texto alude a la creencia católica en la transubstanciación y a la presencia real de Cristo en la Eucaristía.
Ave Verum Corpus
El tercer número de esta primera parte son las Danzas Polovtsianas, de la ópera El príncipe Ígor, del compositor ruso Aleksandr Borodín (1833–1887), estrenada en 1890. A menudo se interpreta como una pieza independiente en conciertos y es una de las obras más populares del repertorio clásico. Dura aproximadamente 11 minutos, durante los cuales una ráfaga de enérgicos vientos y percusión se unen en una danza chispeante y rítmica.
La instrumentación es brillante y cristalina, y se apoya en potentes metales y maderas solistas para dar brillo a unas melodías ya de por sí exóticas y ágiles. Las letras de las *Danzas Polovtsianas* son un reflejo de la cultura polovtsiana, un pueblo nómada que habitó las estepas del sur de Rusia entre los siglos XI y XIII.
Danzas Polovtsianas de la ópera El príncipe Ígor
Luego de las Danzas Polovtsianas, pasamos a la pièce de résistance de la noche: la Misa de Réquiem en re menor, K. 626, de W. A. Mozart. Una obra trascendental y poderosa, representada y admirada en todo el mundo.
Escrita para cuatro voces solistas, coro y orquesta, es una misa de difuntos. En su texto encontramos todas las partes de la misa, exceptuando el Gloria y el Credo. La tonalidad en re menor se ha asociado en muchos compositores con la tristeza y la melancolía, pero también se ha usado para "conectar" con el poder divino.
La historia de esta obra inicia como un cuento de misterio: un mensajero, dicen, vestido de negro y con máscara, toca a la puerta de Mozart con el encargo de una misa de Réquiem, con la condición de que no preguntara quién la encargaba.
Mozart, ya enfermo, aceptó el espléndido pago e inició el trabajo, pero a medida que avanzaba, su humor se volvió cada vez más fatalista, llegando a pensar incluso que lo estaban envenenando. Es la obra de un hombre mirando su propia tumba.
A veces, habla de una profunda angustia personal. Luego de su muerte, se supo que quien había encargado la obra era el conde von Walsegg, para que fuera interpretada en memoria de su esposa.
- En noviembre de 1791, con sus días contados y angustiado más allá de lo creíble, Mozart continuó trabajando en el Réquiem, con la asistencia de su alumno Franz Süssmayr, dejando anotaciones o instrucciones verbales sobre las partes que faltaban. Cuando Mozart muere el 5 de diciembre, Süssmayr pudo terminar la obra, pues supo interpretar hábilmente a su maestro.
Réquiem/ Karajan / Berlín
Como entidad, el Réquiem es una obra grandiosa, poderosa en el temor de sus visiones del Juicio Final, sublime en la suavidad de su evocación de la salvación y el descanso eterno. La partitura es de color oscuro; el coro inicial es sombrío. Sin embargo, a pesar de su solemnidad, este Réquiemes luminoso y maravilloso, para mí simplemente hermoso, y resuena con esperanza y regocijo tanto como con tragedia y muerte.
De las partes del Réquiem, me conmueven especialmente el Lacrimosa, un conmovedor llanto por la muerte; el Sanctus, la cara majestuosa de lo divino; y el Benedictus ("Bendito sea el que viene en nombre del Señor"), el más amable y luminoso de los movimientos, completando ambos con una fuga de carácter jubiloso que canta "Hosanna". Al final de la obra me maravilla cómo se mantiene la unidad, finalizando como comenzó, con pasos fúnebres y una fuga sin precedente que clama piedad al cielo.
El Réquiem de Mozart es de mis obras favoritas. Tengo tres presentaciones que son especialmente cercanas a mi corazón: en 1991, el dirigido por el maestro Rafael Villanueva en el Panteón Nacional, un 5 de diciembre; en 2006, en la Catedral, dirigido por Philippe Entremont con los solistas de la Escuela Reina Sofía en Viernes Santo; y otro 5 de diciembre, en un gélido París, en la iglesia de La Madeleine. Sé que el de este miércoles se añadirá a mi lista de favoritos.