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“El nombramiento”, un cuento sobre el intento por conseguir un empleo público

Texto del escritor Luis R. Santos

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“El nombramiento”, un cuento sobre el intento por conseguir un empleo público

Después de pasar muchos sinsabores, después de largas y tenaces jornadas de lucha, logramos ganar las elecciones; y como trabajé de manera entusiasta en todas las actividades proselitistas del partido creí justo que ocupara un cargo en el gobierno que ayudé a subir.

Durante el período de transición preparé mi currículo, el cual entregué directamente al anunciado secretario de Estado encargado de la institución donde pretendía laborar.

Para esos primeros días, la Secretaría presentaba el aspecto de un hormiguero: gente que entra, gente que sale. Personalidades de saco y corbata, los cuales colegí que serían dirigentes altos y medios del partido, llegaban con carpetas atiborradas de papeles no se dé que naturaleza.

Cuando hable con el secretario, dos días después de él asumir el cargo, me dijo que mi nombramiento no tardaría más de una semana, ya que sabía, y así lo reconoció delante de algunos dirigentes, que yo tenía méritos más que suficientes, a nivel político, dentro del partido, para obtener la posición que solicitaba, y algo muy importante, dijo: “Yo, personalmente, tengo un compromiso contigo”, y me despidió efusivamente.

De regreso a casa, eufórico, le di un beso a mi mujer y ella se sorprendió al verme tan contento.

–Te lo dije, voy a conseguir mi nombramiento, dentro de una semana, a más tardar.

–Ojalá, sabes que yo no confió mucho en los políticos.

La opinión de mi mujer sobre la política y los políticos no era muy favorable, que digamos, pero yo se la pasaba por alto porque esa, errada o acertada, era la opinión de la mayoría.

Al principio fue difícil convencer a mi mujer sobre la conveniencia de hacer política. Estuvimos de acuerdo en que para un profesional joven y humilde como yo resultaba casi imposible desarrollarse en un medio tan hostil y falto de oportunidades; nos pusimos a analizar con frialdad las posibilidades reales de adquirir, por ejemplo, una vivienda propia, y llegamos a la conclusión de que nunca podríamos comprarla con los salarios que devengábamos; y como sabíamos que el gobierno construía apartamentos a los cuales sólo tenían acceso los funcionarios y dirigentes, ¡quién sabe si a nosotros se nos pegaba uno en el futuro!, comentábamos. También vimos la conveniencia de tener amigos en el gobierno, por si acaso.

Como el secretario me dijo que en una semana, a más tardar, tendría listo mi nombramiento le di un día extra y me presenté en su despacho. Antes de salir le había dado instrucciones a mi mujer para que arreglara la mejor camisa que tenía y me enviara el traje a la lavandería para el día de la toma de posesión de mi nuevo cargo. Cuando llegué, saludé con mucho afecto a la secretaria, siempre es importante congraciarse con ellas, y ésta me pidió que esperara un momentico, ya que el secretario atendía a unas personas en esos momentos.

En lo que aguardaba mi turno para recibir información o a lo mejor mi nombramiento, escuché la queja de varios militantes que estaban en el antedespacho. “Nosotros hicimos campaña junto a ese señor y ahora ni siquiera nos recibe”. Otro proclamó: “uno se faja para subirlos y después ni te miran, se trancan en ese aire acondicionado y no conocen a nadie”.

No sé si tenían o no razón, la realidad es que la gente quiere que le resuelvan sus problemas así, de un día para otro y presiona demasiado a los funcionarios, como si sus demandas fuera a lo único que ellos tuvieran que atender.

Al transcurrir un tiempo prolongado, volví y me acerqué a la secretaria. Carraspeé unas dos veces y dije “¿Qué hubo?” “No se desespere, licenciado, ya casi lo recibe, está atendiendo una larga distancia”.

Como empezaba a impacientarme, pedí un cafecito que me cayó de lo más bien para controlar la ansiedad que quería desbordárseme. Dos horas más tarde la asistente del secretario nos informó: “Lo lamento mucho, pero el señor secretario acaba de salir para el Palacio a una reunión urgente”.

Algunos de los presentes profirieron frases impublicables y otros, que si ese señor piensa que uno es relajo para ponernos a esperar seis horas y después largarse así nomás, como si nada. Yo lo cogí bien suavecito porque sé que a los funcionarios de su categoría lo llaman con frecuencia desde el Palacio y quién sabe si no haría por allá alguna gestión referente a mi nombramiento.

Para neutralizar el ataque que de seguro recibiría de parte de mi mujer al presentarme con la cara larga, no le di tiempo a que hiciera preguntas, y le dije, incluso antes de saludarla: se presentó un pequeño inconveniente y no pude ver al secretario, pero no te preocupes, mañana llamo por teléfono.

En efecto, al día siguiente marqué varias veces el número de la Secretaría y permanecía todo el tiempo ocupado; pero como la insistencia pare sus buenos frutos, por fin logré comunicarme. “El secretario está de viaje para el interior, tendrá que volver a llamar mañana”, me contestó la telefonista, muy amable ella.

A lo que más le temía, durante el proceso que conllevaba a la consecución de mi nombramiento, era a la lengua de mi mujer: “Sigue de iluso creyendo en políticos, mira lo que te quedó; desbarataste tu carrito dando carreras para arriba y para abajo y hasta a tu familia la descuidaste por estar como tu decías: veinticuatro horas en campaña permanente”.

Y era cierto; no niego que ella tuviera sus razones. El fervor con que abracé la lucha partidista me hizo poner al descuido mis obligaciones cotidianas, pero es que la gente no sabe el sacrificio, la entrega y la determinación que hay que tener para lograr llevar a la presidencia de la República a un candidato. Eso es una reunión aquí, otra reunión allá, que una cena con el vicepresidente, que un almuerzo con el senador, que si el mitin del domingo, que si la caravana del sábado, que los afiches hay que pegarlos, y hay que darle una mano al diputado, porque todos son del partido. Y las boletas de la cena-encuentro hay que venderlas todas, recuerden que sin dinero no se gana. En fin, son muchas las cosas que hay que hacer. Ahora bien, de ningún modo me quejo. Yo confió en mi partido y sus hombres, y sé que, de un momento a otro, tendré mi nombramiento en las manos.

El hecho de estar desempleado le ponía un poco más de presión a mi caso, por eso no me dormía y estaba en gestión permanente para lograr mi nombramiento. Algo que terminó preocupándome fue que yo también había hecho algunas pequeñas promesas de empleo a algunos militantes que abandonaron su parcela política para pasar a formar fila en la nuestra; los convencí de las ventajas de hacer campaña por un partido que fuera a ganar las elecciones y por eso tuve que hacerles algunos ofrecimientos, porque para ganar unas elecciones a veces se precisa hacer de todo: mentir, demagogiar, embobar, crear falsa ilusiones... Entonces ahora, a cada rato, recibimos llamadas de los más desesperados, que preguntan: ¿ya? Y no dicen más nada porque todos entendemos que se refieren a si ya salió mi nombramiento. Y precisamente para poder cumplir con mis seguidores, que también los tengo, solicité mi designación como encargado de un departamento que tiene varios encargados de secciones con sus respectivos sub-encargados generales, tres asistentes, tres subasistentes, dos ayudantes, dos subayudantes, dos secretarias ejecutivas, dos secretarias auxiliares, dos recepcionistas, dos subrecepcionistas, una encarga de conserjería, una subconserje, un chofer con su ayudante, que a la vez debía tener un subayudante; un mecánico, un subayudante de mecánica, un electricista (porque a veces hay que cambiar una bombilla quemada) y finalmente, un guardaespaldas, que también se conoce como encargado de seguridad. En un departamento como ése uno podría, más o menos, satisfacer algunas de las demandas de la base.

Después de hacer algunos malabares y superar varios escollos, logré una cita con el secretario. La hora prevista para el encuentro fue a las 10:30 A.M. Pero cuando ya me correspondía entrar, para mi mala suerte, se aparecieron, sin previo aviso, dos senadores y cuatro diputados del partido. Y como era de esperarse, los hicieron pasar de inmediato al despacho del ministro. Esa decisión la acaté sin molestarme, pues entendí que la alta investidura de los visitantes requería un trato de esa naturaleza.

Cuando dos horas más tarde se retiraron los legisladores, nos informaron que al secretario le era imposible recibir más visitas ya que tenía una importante reunión con todos los encargados departamentales. No voy a negar que me sentí un poco frustrado ante aquel anuncio, pero de ninguna manera mi fe flaquearía.

Al entender la inutilidad de llegar a la oficina de un alto funcionario con una cita previamente concertada, me apersoné bien de mañana a la Secretaría para atrapar al funcionario al entrar a su despacho. A esa hora sólo estaba la encargada de la limpieza, que desempolvaba con desgana unos viejos escritorios. A las 8:00, aproximadamente, llegó el secretario. Lo abordé de inmediato y no tuvo más opción que hacerme pasar a su oficina. Se sentó en un elegante sillón ejecutivo y guardó la pistola en una de las gavetas del escritorio; acto seguido me preguntó, muy tranquilo:

– ¿En qué te puedo ayudar? Tú sabes que aquí tienes a un amigo, para lo que sea.

Entonces le miré fijo a los ojos, (dicho sea de paso, con una mirada cortante), y le dije:

–Vine a buscar mi nombramiento.

Al escuchar el tono de mi voz, un tanto amargo, exclamó:

– ¡Sí, hombre, tu nombramiento! Fíjate, tu caso está en manos de la Secretaría Administrativa de la Presidencia. No sé si tú conoces el procedimiento para nombrar a un funcionario, pero no te preocupes, ahora mismo voy a llamar para allá, para que me informen.

Luego de hacer la llamada anotó un número y un nombre y me dijo:

– La próxima semana preséntate ante este señor, dile que vas de parte mía, toma esta tarjeta, ahí te resolverán tu asunto.

Salí de allí con la esperanza fortalecida, y empecé a pergeñar en la mente el discurso que echaría el día de la juramentación y anoté, para que no se me fuera a olvidar, dar las gracias al señor Presidente de la República por la confianza puesta en mí al nombrarme en tan importante cargo.

A pesar de lo optimista que me sentía, no tenía muchas ganas de llegar a casa para no ver el ceño atravesado de mi mujer, porque a veces ella hasta se burlaba diciendo: “Te volví a planchar la camisa y a sacudir el traje para tu toma de posesión”.

Todo eso me lo decía cuando sospechaba que yo había estado haciendo algunas gestiones referentes a mi nombramiento, y por eso no le comenté nada cuando fui a la Secretaría Administrativa de la Presidencia a ver en qué estaba mi nombramiento. Allá me entrevisté con un subsecretario encargado del departamento de darle curso a las designaciones, y me comunicó que tendría que esperar unos días más, ya que el secretario no había tenido chance de revisar los expedientes, dentro de los cuales estaba el mío.

A los diez días llamé al subsecretario administrativo y me informó que ya el secretario había estudiado los expedientes, pero que todavía no los había firmado; sin falta, eso estará dentro de tres días, me dijo. Esperé.

A los tres días me dijeron que sí, que el secretario había firmado algunos nombramientos, pero que el mío tenia no sé qué inconvenientes y por eso no había salido.

Fue entonces, muy preocupado, cuando decidí valerme de mis relaciones en el partido. Logré entrevistarme directamente con el secretario general. Este me dispensó muy buenas atenciones y me hizo una carta de recomendación dirigida al secretario de la institución a la que yo quería pertenecer; en otras palabras, mi nombramiento fue a pasar al mismo lugar que estuvo en sus inicios.

Lo cierto es que, después de reiniciado el papeleo, ya mi nombramiento estaba al doblar de la esquina, así me lo volvió a reiterar el secretario cuando volví a verle.

Pero otro día, varios meses después, mientras intentaba, una vez más, ver al secretario, escuché algunas frases que, no lo puedo negar, me produjeron una profunda inquietud. Dentro de todas esas expresiones una fue muy demostrativa y la profirió un subencargado de un departamento mientras discutía con un militante que argumentaba algo sobre su trabajo político; dijo: “Una cosa es el Gobierno y otra cosa es el partido”. Y como para rematar y sembrar más la angustia en mi pecho, cuando me anunciaron ante el secretario, me envió este mensaje: “Licenciado, no se desespere, que su nombramiento va a estar listo, a más tardar, en un par de semanas”.

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Infografía
El escritor Luis R. Santos. (FOTO: FUENTE EXTERNA)
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