VIDEO | Kamianka, el pueblo ucraniano atrapado entre la devastación y las minas antipersona
Kamianka, en el este de Ucrania, quedó devastada tras intensos combates, seis meses de ocupación rusa y la posterior liberación. La vida de los pocos que permanecen está marcada por la amenaza de millones de minas ocultas
Poco queda del pueblo de Kamianka, en el este de Ucrania. A los combates más intensos del inicio de la guerra siguieron seis meses de ocupación rusa y, después, la liberación. Los daños son enormes, y los rusos dejaron tras de sí un peligro latente: minas antipersona.
Vasyl y Tatiana Hrushka figuran entre los pocos que se quedaron viviendo en su casa. Él permaneció incluso durante la ocupación para proteger el trabajo de toda una vida y que sostiene a la familia:
"Vendimos una vaca el primer año de la guerra y compramos el invernadero. No habríamos sobrevivido sin él. Estos son los tomates y pimientos de este año. Eneldo, perejil, repollo. Aquí lo cultivamos todo", cuenta Vasyl Hrushka.
Sus campos están tan llenos de minas antipersona y ha tenido que abandonarlos en gran parte. Si bien el frente de guerra se ha alejado de aquí, la amenaza es constante y tres años después de los combates, las calles sigue prácticamente desiertas.
Algunas de estas propiedades han sido desminadas, pero vivir aquí y reconstruir no es una opción para muchos de sus antiguos residentes.
Las minas "mariposa", como esta, están fabricadas principalmente en plástico, por lo que son difíciles de detectar.
Pocos son los que reparan sus casas o planean volver. Vivir en Kamianka exige autosuficiencia: el autobús solo va al pueblo una vez por semana.
La escuela está destruida, igual que el centro comunitario, las tiendas, la gasolinera y antiguos empleadores como el colectivo agrícola. A principios de este año se restablecieron la electricidad y la red móvil.
Mientras la zona siga contaminada por minas, la reconstrucción será difícil y lenta. Lo que antes era una estampa habitual de una comunidad viva hoy es raro: ya casi no se ven niños en las calles del pueblo. Tonya Aharkova huyó primero con su marido y su hijo, Artem, de 11 años, al oeste de Ucrania.
Su casa fue destruida. Su padre, que se quedó, fue asesinado. Y aun así, decidió volver e intentar retomar su vida.
"Las primeras veces que veníamos con Artem a limpiar, él se tumbaba en la última cama que quedaba intacta, donde yo había dormido de niña. Todo estaba destruido, a veces el sol se veía por el techo destrozado. Y durante el día corría y decía: ´Mamá, qué bien se está en casa´. Yo rompía a llorar."
En muchas aldeas del este ucraniano, lo urgente no solo es reparar las casas, sino reclamar el derecho de poder volver a habitar el lugar.