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Vida salvaje
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VIDEO | Entre leones y ganado: los riesgos de convivir con la vida salvaje de Kenia

Los números oficiales registraron unos 3.800 incidentes con la fauna silvestre entre enero y marzo de este año, que dejó un saldo de 40 víctimas mortales y 77 heridos graves

La fauna de Kenia genera millones de dólares cada año gracias a los safaris, pero más allá de los todoterrenos cargados de turistas con cámaras, donde termina el recorrido, empieza el conflicto: los animales salvajes rondan cerca de las comunidades que residen en zonas alejadas de los flashes.

En las fronteras del Parque Nacional de Nairobi (único situado en una capital en el mundo), descendientes masái, pueblo indígena de Kenia y Tanzania, viven entre cabras y depredadores. Sus tierras concentran el 70 % de la vida salvaje del parque.

Cuando cae el sol, Lena Ncharo encierra su ganado en corrales recubiertos de arriba a abajo con alambre y metal -conocidas como ´bomas´ en la lengua suajili- detrás de su hogar cómo última línea de defensa contra las posibles embestidas nocturnas de fieras.

"No es fácil vivir con la vida salvaje alrededor, pero lo disfrutamos", dice a EFE. Vive con su marido cerca de la zona de Embakasi, a siete kilómetros del parque. Ha perdido animales que valen miles de dólares en ataques mensuales de leones, leopardos y hienas.

Su capacidad de defensa reside en las "luces para leones", sensores de movimiento que lanzan destellos breves e intensos para espantar a los depredadores. "Con el tiempo se terminan acostumbrado a las luces e igual se meten en los corrales", añade Ncharo.

Isaack Ole Kishoyian, un agricultor que trabaja desde hace medio siglo en la zona, define, en declaraciones a EFE, los ataques como "cosa de todos los días". "Sobrevivimos a pesar de ello. No es tan malo, pero el problema está", comenta con cierta jocosidad.

Los guardaparques se reparten entre vigilar turistas, combatir cazadores furtivos y atender a víctimas de conflictos con la vida salvaje. Llegan cuando la escena es un crimen, entregan un reporte con rigurosidad forense y salen pitando hacia la siguiente misión.

A los afectados por ataques de fieras les resta llenar un formulario, que será archivado por el Servicio de Vida Silvestre de Kenia (KWS), a la espera de posibles indemnizaciones contempladas por las autoridades.

Víctimas mortales

Tanto los masái como el KWS sostienen que los ataques a humanos son excepcionales y dependen de la interacción del hombre. Kishoyian recuerda que, de niño, caminaba ocho kilómetros a la ciudad de Nairobi para hacer recados y a la vuelta los leones lo "acompañaban".

"Si te cruzas con ellos, se apartan y hasta te escoltan hasta tu casa. Nos acompañan y nunca nos atacan, sólo al ganado. Es como su paga", cuenta a EFE entre risas.

Sin embargo, los números oficiales registraron unos 3,800 incidentes con la fauna silvestre entre enero y marzo de este año, que dejó un saldo de 40 víctimas mortales y 77 heridos graves, según el KWS.

Uno de estos casos fue el de Mwende, una adolescente de 14 años capturada por un león mientras jugaba con otros dos niños en el Rancho Sabana, antigua residencia del documentalista británico Alan Root. Los restos de la niña fueron hallados por guardaparques cerca del río Mbagathi, próximo a Nairobi.

Su padre, Kenneth Kigew, vive y administra ese complejo ambientado para turistas en un risco con vistas al parque. Sus recuerdos de ese día son una pantalla en negro. No retiene imágenes, sólo dolor.

"Quería un futuro brillante para ella, darle una buena vida. Quiero mucho a mi hija, planeé todo para ella. Tras ese día, nadie se preocupó por mí", alcanza a comentar a EFE.

Al mostrar la casa de Root, relata con detalle cada recoveco de ese caserón de dos pisos y múltiples habitaciones. Se permite contar chistes y narrar anécdotas de los antiguos ocupantes. Durante los quince minutos que toma la visita, el hombre que perdió a su hija no existe.

Compensaciones

En este escenario, ONG como Wildlife Foundation suelen ayudar a la comunidad a mantener el equilibrio que requiere vivir entre presas y depredadores. Recaudan fondos a través de donantes y pagan a los propietarios ocho dólares anuales por acre (0.4 hectáreas) para que mantengan abiertos los corredores de fauna.

La activista Nkamunu Patita -nombre masái-, nacida y criada en las aldeas dentro del Área de Conservación de Kitengela, a unos 30 kilómetros de la capital, explica a EFE que "estas comunidades nacieron aquí".

"Es su herencia -prosigue-, dónde sus bisabuelos sobrevivieron. Esta es la tierra de sus antepasados y su hogar, no conocen otro y se han adaptado a vivir entre la fauna".

La meta de la ONG es que el Estado comparta con las comunidades los ingresos del turismo, que en 2024 alcanzaron los 3,400 millones de dólares, una de las más altas del continente, según el KWS.

"Se trata de presionar y abogar para que el Gobierno comparta estos beneficios con las comunidades, para que puedan seguir manteniendo los espacios abiertos a la vida salvaje y para las comunidades que las albergan", concluye Patita. 

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